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El jueves se presentó, con la asistencia de una amplia representación del mundo de la cultura, la sociedad y la política balear, el nuevo Institut d'Estudis Baleàrics, la institución que viene a tomar el relevo de aquel Institut Ramon Llull que terminó en una ruptura entre los gobiernos de Catalunya y Balears. Ante los hechos consumados, poco sentido tenía lamentarse y llorar la pérdida. El Govern decidió ponerse a trabajar para crear una entidad nueva, capaz de aglutinar las ilusiones de los artistas y de llevar adelante un encargo ambicioso: promocionar y difundir la creación balear, no sólo en el ámbito de la lengua y las letras, sino también en cualquiera de los soportes de la creatividad artística (música, teatro, artes plásticas, literatura...) y siempre al margen de partidismos y politiqueos. No cabe duda de que el hecho de que el nuevo Institut no sea una simple delegación, sino un ente con autonomía balear, puede favorecer a los artistas y escritores de las Islas.

Su presidente, Gabriel Janer Manila, desglosó la apuesta en un discurso en el que primó el entusiasmo y la energía para llevar a cabo una tarea poco menos que titánica. Le harán falta porque todos somos conscientes de que la sociedad actual se orienta más hacia el consumismo vacuo que hacia la reflexión o el amor a las artes, que siguen siendo patrimonio y territorio de una pequeña élite.

Algo parecido sucede con la lengua catalana que, pese a todos los esfuerzos, va perdiendo terreno.

El Institut d'Estudis Baleàrics tiene ante sí la obligación de acercar toda nuestra cultura, toda nuestra creatividad y nuestra particular forma de ver el mundo y de expresarlo al común de la ciudadanía. A la promoción en el resto de los países de lengua catalana -con los que hay que seguir colaborando-, en toda España y en el extranjero, hay que sumar la necesidad de difundirla entre nuestros propios paisanos, a veces demasiado ajenos a ella. Démosle un margen de confianza y esperemos que puedan cumplirse los objetivos.