El delicado asunto de la investigación y el desarrollo de armas
nucleares, tras el ligero avance conseguido por la Unión Europea
(UE) con respecto a Irán, ha vuelto sobre sus pasos a causa de la
intransigencia de la Administración norteamericana. Es más, la
cuerda se ha tensado aún más con Corea del Norte. Esta postura de
George Bush, para algunos analistas, es el presagio de lo que
podría ser una nueva intervención militar norteamericana en su
particular cruzada «contra el terrorismo».
Resulta del todo evidente que es imprescindible ejercer un
control exhaustivo sobre todo lo que pueda suponer una grave
amenaza para el planeta, y el descontrol del armamento nuclear o de
los elementos que permiten su fabricación resulta enormemente
peligroso y debe evitarse a toda costa. Así como también que estas
peligrosas armas de destrucción masiva caigan en manos de
terroristas o de gobernantes sin escrúpulos capaces de cualquier
barbaridad.
Pero el camino más efectivo, cuando se trata de estados, por lo
que se ha visto en el caso iraní, parece ser el diálogo y la
política de la diplomacia más que las amenazas o las presiones.
Sólo de este modo va a ser posible que se permitan las inspecciones
y los controles necesarios, no ya sólo para que no se produzca una
indeseable escalada, sino además para que la comunidad
internacional tenga las suficientes garantías de que estos
peligrosos elementos no vayan a parar a manos desconocidas.
Claro que para ello es imprescindible un clima de confianza en
el que las tensiones vecinales de Corea del Norte o de Irán se vean
atenuadas hasta el extremo y estos países no tengan como argumento
la fortaleza de sus vecinos, a los que, en el mejor de los casos,
ven con enormes reticencias.
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