Para llegar a la playa de piedras redondas de color negro
tardamos cinco minutos. A nuestras espaldas queda envuelto en una
neblina el «Ushuaia», con la bandera de Mallorca en el mástil de
proa, una deferencia que tiene para la isla el capitán del buque,
Jorge Aldegheri. «Déjela el tiempo que quiera», nos dijo tras
haberla izado un par de horas antes. Ya en tierra, nos encontramos
con la foca, que, en solitario, sobre un lecho de nieve trata de
acomodarse sin preocuparle para nada nuestra presencia. Comienza a
llover, a la vez que el mar se encabrita. Es lo típico de la
Antártida.
El clima es capaz de cambiar en cinco minutos. De calma chicha a
la tormenta se pasa en segundos. Así que nos avisan que volvamos a
la lancha. «Esto se va a poner muy mal», nos dice alguien. Y así
es. Arrecia la lluvia y la mar se pica más si cabe. En cinco
minutos estamos a bordo. Empapados. Menos mal de la ropa
impermeabilizada que llevamos nos ha protegido algo, que si no... A
las ocho cenamos. Y durante la cena, le entregan al catalán Toti la
botella de vino por haber sido quien ha avistado antes que ninguno
hielo sobre el mar.
Pedro Prieto (La Antártida)
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