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Como solía tener por costumbre en fechas señaladas, la banda terrorista ETA, debilitada, aislada y empobrecida, ha querido seguir en sus trece marcando en negro el calendario festivo de los ciudadanos de bien. Con cinco explosiones en sendas gasolineras madrileñas cuando la gente empieza su puente festivo, los asesinos han vuelto a dar señales de vida, aunque por fortuna las consecuencias hayan sido leves.

El previo aviso telefónico posibilitó el desalojo de las instalaciones amenazadas, que fueron dañadas por pequeñas cargas explosivas, aunque crearon el consiguiente caos viario en la capital. Las más de cien detenciones llevadas a cabo por medios policiales durante este año, la reciente desarticulación de la cúpula dirigente en Francia y el documento «casi pacifista» de Batasuna han dejado a la banda en una situación difícil que hacía prever un atentado inminente, aunque muchos la daban por muerta tras el tremendo ataque terrorista islámico del 11 de marzo, que convirtió el tema en un verdadero tabú.

Una tras otra vez los terroristas necesitan hacerse notar en un intento por hacer ver a la sociedad que todavía están ahí, que tienen algo que decir. Una estrategia que únicamente pone de manifiesto la bajeza de sus intenciones. Porque Madrid es una ciudad injustamente castigada a lo largo de las últimas décadas por el terrorismo. Pero es que este año, precisamente, ha sufrido en sus entrañas la peor de las masacres, por lo que incidir en lo mismo no puede más que crear inquietud y dolor.

Tras estos hechos hay que volver a insistir en la receta de siempre: unidad contra el terror. Quizá es la mejor oportunidad que se le puede presentar a la izquierda abertzale para salir del agujero donde se encuentra, condenar la violencia y retomar el camino de la democracia.