Así que, a nada que sonó ese número, comenzó a rodar el cava
acompañado de gritos de alegría y de manos que se iban a la cabeza
acompañadas de expresiones tales como «¡No puede ser!». Pues era.
¡Y tanto! No es que nadie se hubiera hecho millonario en aquella
casa, pues quien más quien menos había comprado una, dos... a la
sumo cinco papeletas, pero ¿a quién le amarga un dulce? «Como poco
-decía una de las chicas que sólo llevaba una papeleta- nos ha
arreglado la Navidad».
«Yo tan sólo llevo una papeleta -nos diría el gerente que no
paraba de hacer cuentas con la ayuda de su calculadora- pero eso es
suficiente para que esté feliz». No acertó a decir si alguien se
había llevado algún pellizco importante en el reparto, «pues es
pronto todavía, pero lo más probable es que alguno de los que
entregamos un bloc de números para vender, seguro que se habrá
quedado con bastantes papeletas... seguramente las que no haya
podido vender, porque siempre pasa lo mismo: no las vendes todas y
las que te quedan te las quedas tú».
PIMEM repartió entre sus afiliados alrededor del 90 por ciento
del número agraciado en cuarto lugar que había adquirido al lotero
de Santa Ponça, lo que representa dejar a diestro y siniestro
tantos como 8,76 millones de euros, que no son pocos. De ahí la
alegría que reinaba por doquier entre aquellas cuatro paredes,
donde, «a pesar de que intentamos trabajar como si fuera un día
cualquiera», comentó una chica abandonando su mesa, «... está claro
que hoy no es un día cualquiera, y que todos nos sabrán
entender».
A todo esto, la gente seguía llegando a la sede de PIMEM, unos
alegres, porque sabían que tenían premio, y otros, sin saberlo, se
enteraban allí. Bastaba con ver el panorama.
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