Tal vez no se debería restar importancia a la intervención del
presidente José Luis Rodríguez Zapatero en el seno de la cumbre de
la Liga Àrabe, a la que fue invitado, porque de alguna manera
supone una demostración de que no era tan frívola esa propuesta de
Alianza de Civilizaciones, tan denostada por los grupos
adversarios, puesto que, como concepto, está siendo bien recibida,
o por lo menos cuenta con una audiencia que empieza a ser
suficiente y poco contestada en el exterior.
Esa invitación, invitado de honor, a Zapatero por parte de la
Liga Àrabe también podría interpretarse como el respaldo a la
política de acercamiento a los países norteafricanos, que parecía
haber quedado aplazado en las dos legislaturas anteriores. De este
modo y ante los jefes de Estado con titularidad en la Liga, el
presidente español pudo exponer sus teorías de concordia, dejando
clara y definida esa línea que separa el Islam del terrorismo, y
esa declaración tan lógica era necesario proclamarla, y
reafirmarla, ante los líderes árabes, y no como fórmula de
compromiso sumiso sino como expresión de confianza. Tampoco dejó
pasar la oportunidad de defender los derechos de la mujer como
garantía de sociedades estables, y lo hizo como declaración del
pensamiento de una sociedad evolucionada e inmersa en el siglo XXI,
y frente a quienes se oponen a reconocer tales derechos
fundamentales.
En la Liga Àrabe, con la presencia del presidente socialista en
representación de todos los españoles, España volvió a recuperar el
«tradicional» protagonismo de «país amigo», que es el que le
corresponde como vecino y puente de enlace con Europa. Y de eso
habría que felicitarnos, sin tener en cuenta la identidad o
afiliación política del autor.
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