Casi dos millones de ciudadanos vascos están llamados a las
urnas en unas elecciones en las que se verá hasta qué punto los
habitantes de esta comunidad autónoma histórica están por la labor
o no de secundar los planes soberanistas de un PNV centenario que
ha puesto sobre el tapete una propuesta novedosa todavía no
demasiado bien comprendida por la mayoría.
Así las cosas, un País Vasco que todavía sufre carencias
fundamentales en materia de derechos humanos -amenazas,
extorsiones, falta de libertad para algunos ciudadanos- tiene en su
mano decidir la composición del próximo parlamento que diseñará la
Euskadi del futuro.
Y tanta es la expectación creada ante esta cita con las urnas
que periodistas de países tan lejanos y ajenos como Suecia o
Argentina han desplazado a sus enviados especiales a Vitoria para
conocer de primera mano los resultados, pues de lograr los
nacionalistas una victoria aplastante podría abrirse el camino
hacia el anhelado por unos y temido por otros referéndum de
autodeterminación. Una cuestión que levanta tantas pasiones como
terrores.
Independientemente del resultado que arrojen las urnas, el reto
más inmediato es facilitar que los vascos acudan libremente a
votar, algo que ya ocurrió en 2001, cuando ejerció su derecho casi
el ochenta por ciento de los electores, un récord que hoy podría
repetirse. Y, por supuesto, garantizar la seguridad en un
territorio que, por desgracia, no ha logrado aún un idilio durarero
y verdadero con la paz. Hoy será una vez más un día histórico para
los vascos, pero qué duda cabe, también para el resto de los
españoles porque lo que allí se decida tendrá importancia capital
también en otras regiones con aspiraciones nacionalistas.
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