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PEDRO PRIETO
Fue un día duro, en el que apenas haces nada, sólo mirar a través del objetivo y esperar. Y así una hora y otra, hasta que el bueno de Clinton, que llegó de madrugada, sobre las tres, decide levantarse y tomarse un piscolabis en la terraza del hotel acompañado por su hija, Chelsea, que sigue como la última vez que la vimos, hace dos o tres años, cuando tambien hizo escala en Mallorca con su padre, que por entonces vino desde ya ni me acuerdo, de dar una conferencia. Ahora han llegado desde Jordania, donde él ha estado presentando su último libro.

Pues como les decía, la jornada fue dura, monótona y aburrida, sobre todo hasta el momento en que apareció el ex presidente de EEUU, pantalón vaquero y niky tirando a rosado. Más delgado que la última vez, con el pelo completamente canoso y rodeado de su gente, se dirigió por la escalera a la terraza que está por encima de la piscina. Muchos de los clientes, al verle pasar, se le quedaron mirando. No era para menos. Un ex presidente del país más poderoso del mundo no se encuentra así como así en el hotel que han elegido para pasar las vacaciones. Su discreto servicio de escolta, por más que lo intentó, no logró en ningún momento pasar desapercibido. Tampoco podía. Con el calor que hacía ayer, con traje y corbata en la zona de la piscina, uno, por mucha discrecion que le quiera echar, canta que ni Caruso.

Pues lo dicho. Sentado, dando la espalda a la pared, y mirando hacia el mar, y a su lado, al principio, una mujer desconocida, seguramente de su séquito, y al rato su hija, Chelsea, Clinton se puso ciego comiendo. Fue algo más que un desayuno, y quiza un poco menos que un almuerzo, pero dada la hora que era -cerca de la una del mediodía-, mejor comer, que si luego no almuerzas da lo misno. Porque no comer por haber comido es como si hubieras comido. En lo que le servían el desayuno-aperitivo-almuezo, Bill estuvo repasando unos folios, seguramente de alguna conferencia a dar en fechas próximas, que no del parlamento que pronunció por la tarde ante quienes fueron a cenar con él. Que eso con cuatro palabras lo tenía más que ventilado.

De la sobremesa, nos llamó la atención la cantidad de café que se tomó, lo mucho que conversó con su hija y -porque también es humano- los bostezos y estiramientos que se pegó, seguramente para espantar el poco sueño que le quedaba en el cuerpo. Tras un corto paseíto por la terraza para estirar las piernas, el ex presidente se reunió durante más de diez minutos con Tumy Bestard, el agente consular norteamericano en Mallorca, con quien recordó antiguas estancias en la Isla. Tumy le recomendó que lo mejor que podía hacer antes de la cena era darse