Tradicionalmente la política europea se ha concebido en términos
de oposición entre socialdemócratas -una izquierda moderada- y
cristianodemócratas -una derecha que se inclina hacia el centro
asumiendo algunos de los postulados más inherentes a la izquierda-.
Y pese a que en muchos aspectos los dos bandos podrían confundirse,
lo cierto es que todavía quedan algunos baluartes en los que ambos
defienden posiciones extremadamente divergentes, especialmente en
lo concerniente a la política económica y social, cuestiones que
siempre irán de la mano.
Hoy Alemania empieza a caminar por una nueva era, tras el
traspaso de poderes materializado ayer entre un carismático y
enérgico Gerhard Schroeder -que regresa a la vida privada- y una
desconocida Angela Merkel, que ya ha tomado las riendas de un país
con grandes déficits y enormes retos.
Pese al cambio radical en lo concerniente al estilo de ambos
líderes, lo cierto es que la prodigiosa coalición formada por los
antiguos enemigos -que debe encargarse de reconducir la maltrecha
economía germana- puede ser el escenario propicio para dar un nuevo
impulso a Alemania y, por ende, al proyecto común europeo.
Quizá esta tranquila transición consiga enderezar las cifras más
preocupantes de la antaño gran Alemania -desempleo, recesión,
déficit público...-, aunque las dificultades son evidentes al ser
las fuerzas gobernantes dos tradicionales opositoras. El caso
alemán es, por todo ello, sumamente especial y, como es lógico,
crea expectación en todo el Viejo Continente para ver cómo se
conjugan ideologías en muchas ocasiones contrapuestas en favor de
un proyecto común para el gran país centroeuropeo que tendrá, sin
duda, consecuencias en el resto de la Unión Europea.
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