La muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, causó un gran
revuelo en Mallorca. Ultima Horapublicaba la crónica del funeral
del dictador, acaecido el día 21 en la Seu de Palma, entre las
16.30 y las 18.00 horas de una «plomiza» tarde. «Provenientes de
todos los lugares de la Isla, millares de ciudadanos confluyeron en
la Plaza de Cort y General Goded para marchar hacia la Seo en un
silencioso peregrinaje, tan sólo interrumpido por las campanas
tañendo a difuntos. Muchos militares de uniforme ataviados con
brazaletes de luto comentaban el fallecimiento del
Generalísimo».
Este rotativo proseguía: «Los lugares de honor del recinto
fueron ocupados por las primeras autoridades de la Isla,
encabezados por el capitán general De la Cierva Miranda; el
gobernador civil Carlos de Meer, miembros del Gobierno; el alcalde
de Palma, Rafael de la Rosa, dirigentes de la Diputación Provincial
y demás representantes y entidades del movimiento. Inició la
ceremonia un pausado desfile de sacerdotes vestidos de blanco, que
sumarían unos 50, que precedían al obispo de Mallorca, Teodor
Úbeda».
La coral polifónica de Bunyola y la orquesta «Ciudad de Palma»
interpretaron el «Requiem» de Fauré. En el sermón, Úbeda fue muy
poco crítico con el dictador, al que calificó como «un creyente en
Dios y en la Iglesia, cuya muerte no puede sumirnos, en modo
alguno, a los españoles en el abatimiento y en la congoja. Como
patriotas es un deber comunitario seguir su obra, que nunca se
desvió en el sentido de dar lo mejor de sí a la patria. Fue un
estadista insigne, un soldado sin tacha. Un apasionado siervo del
país que ha dado su vida por España, proverbial desde sus primeros
tiempos de joven soldado en Àfrica hasta los últimos días de su
cruel enfermedad». No faltaron grandes alabanzas. En Catalunya, por
ejemplo, las voces fueron más críticas.
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