La Navidad deparó ayer por la mañana dos imágenes de Ciutat bien
distintas y contradictorias fruto de una Nochebuena ajetreada. Una
fue la Palma vacía, sin coches y sin gente paseando y, otra, la
Palma sucia, repleta de vasos y botellas que dejaron los jóvenes en
el Paseo Marítimo tras el botellón.
La primera imagen es, sin duda, una Palma poco vista. Con apenas
gente, ni coches en sus calles. Es la Palma que nos encontramos
ayer alrededor de las nueve de la mañana. Vacía. Sin ruidos. Una
Palma que había dejado atrás una Nochebuena más o menos tranquila,
a la que los más recalcitrantes se resistían abandonar. Se les veía
con cara cansada, andando lentamente, consumiendo el último
cigarrillo de la Nochebuena y el primero de la Navidad. De vez en
cuando, el silencio era roto por el motor de algún taxi, por el del
pequeño vehículo de Emaya que trataba de adecentar la calle, o por
el ladrido de felicidad del perro que conducido por el amo salía de
cualquier portal a dar el primer paseo del día.
La segunda imagen empieza a ser demasiado habitual. En el Paseo
Marítimo, poco antes del amanecer, concluía lo de cada fin de
semana, el botellón, esa fiesta en la que los jóvenes disfrutan
junto al mar bien provistos de botellas de alcohol. El problema se
manifiesta al día siguiente cuando la resaca aparece vestida de
suciedad. Vasos, botellas vacías, bolsas de plástico o restos de
botellas rotas conforman un panorama desolador que se está
convirtiendo en una tradición el día de Navidad. Los empleados de
Emaya empiezan el 25 limpiando a fondo una zona que conocen bien ya
que cada fin se semana tiene el mismo aspecto lamentable.
Pedro Prieto/ L.M.
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