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La terrible muerte en Palma de una joven de 27 años a manos de su ex compañero cuando éste disfrutaba de un permiso carcelario eleva ya, en sólo una semana de 2006, a cuatro el número de víctimas mortales de la violencia doméstica en nuestro país. Como bien ha diagnosticado una asociación de defensa de las mujeres, hechos como éstos revelan la existencia de «una sociedad enferma». Quizá podríamos hablar hasta de «una sociedad asesina», porque resulta incomprensible que cosas como ésta puedan estar ocurriendo aquí y ahora, entre personas civilizadas, normales y corrientes en un entorno aparentemente tranquilo y tranquilizador. Porque pese a las discusiones que soportaba Marie Margot con su presunto asesino, nadie en esa calle del barrio de Els Hostalets sospechaba este trágico desenlace.

La trampa mortal se esconde en cualquier sitio y está en la nula capacidad de una sociedad para atajar situaciones de este tipo. Muchas mujeres están en peligro de correr la misma suerte y ni siquiera lo sospechan sus familiares.

Algo muy grande está fallando cuando mujeres de toda edad y condición se someten a la tiranía, la violencia, el chantaje y el abuso de hombres que no valen nada.

Con acontecimientos así uno tiende a perder la confianza en el sistema y en la capacidad de nuestra sociedad para promover políticas de auténtica igualdad.

El que una joven, madre de dos criaturas de corta edad, muera a manos de su ex pareja, que disfrutaba de permiso carcelario, pone también en duda los criterios que se aplican para conceder este tipo de permisos y los controles psicológicos que permiten demostrar que un preso está preparado para su reinserción social.