Diez de la noche de anteanoche. El tren de Manacor se dispone a
salir. No mucha gente en el andén, algunos dicen que se quedan en
's'Empalme', donde enlazarán con el que va a sa Pobla, «aunque nos
detendremos en Muro, pues vamos al concierto de Lax'n'Busto». Una
hora después sale el que va directo a sa Pobla. A decir verdad con
menos gente de la que suponíamos. «El grueso debe de haber partido
en el de las ocho -nos dice alguien-. De ahora en adelante irá
menos gente a sa Pobla y a partir de medianoche será cuando
comiencen a regresar».
Nos subimos al tren, que arranca con dos minutos de retraso
sobre el horario previsto, con muy pocos viajeros. Las estaciones
de Verge de Lluc y Pont d'Inca están vacías. En la de Marratxí
suben tres o cuatro jóvenes. Y en la de Santa Maria, donde nos
volvemos a detener, lo hacemos durante más tiempo del previsto. Una
señora, que tiene necesidad de orinar, pide que se retrase un
minuto la salida. ¿Y por qué no lo hace en el váter del tren?,
preguntamos. Porque según el reglamento, «estos trenes no llevan
váter».
De vez en cuando suena un pitido que de pronto se interrumpe
para volver a sonar tres o cuatro minutos después. Es el hombre
muerto. Una alarma, para entendernos. Suena tan a menudo para
evitar o que te duermas -explica el conductor- o si te pasa algo,
¡qué se yo! que te da un infarto, evitar el accidente. ¿Que
cómo...? Pues si el pitido suena y con el pie, dándole a una
palanca, no lo detienes, el tren se para automáticamente. Si lo
detienes, el tren sigue. Por eso, cada vez que suena, piso».
Pedro Prieto
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