Filvia Almeida es una cubana que vive y trabaja en Calvià.
Nacida en Manzanillo, hace ocho años se casó con un mallorquín con
el que se vino a la Isla. «No tuvimos hijos. Estuve dos años con
él, pero como las cosas no fueron bien, de mutuo acuerdo nos
divorciamos. Como no le pedí nada, pues sin nada me vine, me tuve
que poner a trabajar. Hace dos mantuve una relación con un chico y
tuve una hija, que ahora me cuida mi madre que, gracias a un
permiso que le ha dado Cuba, está en Mallorca, por lo que yo puedo
seguir trabajando».
Trabaja en el servicio de limpieza Calvià 2000. De la seis de la
mañana a las 13.00 horas. Haga frío o calor. Llueva o luzca el sol.
Y muchas veces la podrán ver en el pescante de la parte trasera del
camión de la basura, del que descenderá cuando éste pare para
acercarle el contenedor. Comparte el pescante con otro
compañero.
Graduada en contabilidad en Cuba, lo que le permitía trabajar
como contable en el Puerto Pesquero, «aquí he podido convalidar el
título por el de FP2 en la rama administrativo contable», nos contó
en lo que desayunaba con sus dos compañeros.
Aunque está a gusto con lo que hace -y sus compañeros encantados
con ella- ha intentado cambiar de trabajo, dejar el camión por una
labor de tipo administrativa en el Ayuntamiento, «pero cada vez que
lo he intentado me he quedado fuera porque no hablo catalán. No
sé... pero me parece que voy a tener que aprenderlo...».
Como tiene la tarde libre, se busca otros trabajos temporales;
como repartir propagando o ir a buscar niños a la escuela. ¡Qué
remedio! Tiene un piso que pagar y una boca que alimentar. Al
principio de su trabajo le llamaba la atención encontrarse
colchones junto al contenedor. «No me cabía en la cabeza que la
gente, con lo nuevos que estaban, al menos a mí me lo parecían, los
abandonara. Colchones, ropa, zapatos... ¡Si a mí me parecía que
estaban nuevos! Tampoco entendía cómo la gente, en vez de
introducir las bolsas en el contenedor, las dejaba fuera». Aunque
con lo que alucinó, además de verdad, fue con los supermercados.
Sobre todo al principio. «Jamás pude imaginar que una tienda
tuviera tantas cosas. Cuando no tenía nada que hacer, me iba a dar
una vuelta. A veces me pasaba horas... Y es que, ¿sabe?, en Cuba no
hay de eso».
Pedro Prieto
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