Es evidente que la policía no contaba hace treinta años con los
medios de que dispone ahora para investigar una desaparición o un
crimen, pero hiela la sangre saber que durante todo ese tiempo el
asesino de María Dolores ha pasado sus días impune y, lo que es aún
peor, ahora que se ha descubierto su crimen seguirá impune porque
sencillamente su delito ya ha prescrito.
No cabe duda de que el equipo policial que ha seguido la
investigación desde que en junio de 2005 fueran hallados los restos
mortales de María Dolores, enterrados en los bajos del antiguo
hotel Augusta -convertido hoy en apartamentos- en la Bonanova, ha
hecho un excelente trabajo. Sin las pruebas de ADN no hubiera sido
posible descubrir la identidad de la víctima, pero tampoco sin la
tenacidad de la familia, que durante treinta años ha seguido desde
Granada cualquier indicio que vertiera alguna luz sobre María
Dolores, hasta que apareció su cuerpo.
Lo que es sorprendente es que no se siguieran hace treinta años
las pistas que hubieran podido conducir hasta el asesino de María
Dolores a pesar de que los familiares sospechaban del amante de la
víctima.
Ahora que toda la verdad ha salido a la luz, ya es tarde para
hacer justicia y el asesino de María Dolores seguirá su vida como
hasta ahora. El delito por cometer un asesinato no debería
prescribir si las pruebas permanecen intactas. Si en su día no se
pudo acusar a nadie sencillamente porque no apareció el cadáver de
la víctima, hoy se ha podido reconstruir la verdad de los hechos
que tuvieron lugar en 1977.
La violencia de género ha estado siempre ahí, sólo que ahora la
sociedad se ha vuelto más sensible ante esta realidad. La
desaparición de María Dolores, de haberse producido hoy,
seguramente habría dado lugar a una búsqueda más intensa.
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