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Pocas ciudades como Palma han sufrido una transformación tan radical en su entorno urbanístico durante los últimos cien años. Un período de transición entre la fisonomía del pasado, que se mantuvo hasta el derribo de las murallas renacentistas y la actual, impulsada por la industria turística, la especulación inmobiliaria y un crecimiento demográfico exponencial.

Décadas después del controvertido derribo de las antiguas fortificaciones y el surgimiento de las Avingudes sobre sus escombros, a partir de los años 40 se planificó la ciudad moderna con emblemáticas realizaciones como arterias comerciales de interés arquitectónico (Jaume III, Constitución o Velázquez) a costa de vetustos callejones y casales no exentos de valor histórico.

Si bien el Casc Antic, corazón de la ciudad, ha mantenido en esencia su aspecto ancestral, una circunstancia que le ha otorgado un valor histórico artístico de proyección internacional, el litoral y la periferia apenas resultan reconocibles comparando su imagen presente con la que nos ofrecen aquellas nostálgicas fotos en sepia.

Gabriel Alomar