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La indignada reacción de miles de musulmanes por la publicación en un pequeño diario danés de una caricatura de Mahoma disfrazado de terrorista está extendiéndose por el mundo islámico como un reguero de pólvora. No les falta razón a quienes, siendo profundamente religiosos, se sienten ofendidos en sus creencias y valores más hondos al ver a su profeta vilipendiado de esta forma. Pero esa indignación no justifica la barbarie, la violencia y la amenaza, cuestiones que están, también, poniéndose en primera línea de actualidad a rebufo de los acontecimientos.

Que hay un conflicto latente entre Occidente y el mundo islámico es algo que sabemos todos y que nos estalló en la cara aquell 11 de septiembre de 2001, cuado las torres gemelas de Nueva York cayeron convirtiéndose en el símbolo del fanatismo y la irracionalidad elevada a su máximo exponente. Por desgracia, no ha sido el último capítulo de esta infernal escalada que algunos radicales se empeñan en continuar construyendo.

Publicar viñetas como las de Dinamarca en nada favorece el entendimiento, es más, sólo sirve para sembrar odio y, quizás, incluso para fomentar la xenofobia en países donde la inmigración árabe es numerosa. Es un hecho condenable y lamentable, porque con ese gesto se insulta a millones de personas, la mayoría pacíficas y tolerantes. Alegar libertad de expresión para insultar y ofender es también absurdo. Pero, ojo, hay que condenar también la respuesta de esos miles de musulmanes airados que se dedican a promover toda clase de actos de violencia con el beneplácito, cuando no la instigación, de los gobiernos, autoritarios y antidemocráticos, de sus países. Mientras se aviva el fanatismo se aleja cualquier atisbo de progreso social y económico para unos pueblos en los que el resperto a las libertades es un espejismo.