Es, para muchos navegantes, el velero ligero más elegante y bello
que todavía puede verse en el mar Mediterráneo. Es el dragón, un
barco de nueve metros de eslora que sólo con la fuerza del viento y
la maestría de seis manos se gobierna. De los antiguos, de los
originales construídos de madera, sólo sobreviven tres en Mallorca,
y uno es de Pep Sirvent. El escultor catalán, amante del mar y
necesitado de su paz, es un apasionado de la navegación, afición
dónde es refugia cuando quiere inspiración o descanso. Y por ello
cuándo le regalaron un viejo dragón francés, considerada la clase
aristocrática del mar por historia, estética y dinámica, no se lo
pensó dos veces a la hora de arreglarlo para hacerse a la mar con
él.
En su taller de Santa Maria del Camí, Josep Maria Sirvent
(Llívia, 1957) tiene su dragón, una pieza casi única, en la que se
ha apasionado en su restauración. «En medio de mis esculturas de
hierro y granito, en medio de mi taller, tengo a 'Gemma', mi
dragón, con quién trabajo en momentos de reflexión en medio de la
creación. Es precioso, una joya, y además cuando esté listo será
para mí, para navegar».
Lo de Sirvent y su Dragón fue uno «enamoramiento repentino». Se
lo regalaron hace tres años en Burdeos, durante su exposición
Esculturas 1990/2003 que presentó en la localidad francesa. «Los
responsables del Museo de la Base Submarina de Burdeos, en
agradecimiento, me regalaron un velero construido en 1957, justo
cuando yo nací. Enseguida pensé en restaurarlo para navegar con él.
A pesar de su deteriorado estado, la belleza de su línea me cautivó
y me lo llevé. Conservaba todas las piezas, sólo metal y
madera.
Durante seis meses he hecho trabajo de acondicionamiento del
fuselaje y la quilla pero a partir de ahora un mestre d'aixa,
Miquel Clamor de Pollença, me ayudará en la tarea más técnica». El
artista gerundense no puede esconder su admiración cuando muestra
su joya, y se nota que lo ama. Por eso le ha puesto el nombre de su
mujer.
«Mira la madera con que está construído, es caoba de Honduras, la
mejor del mundo» me dice con orgullo, y añade «voy con mucho
cuidado, lo trato como una pieza única. Disfruto trabajando con él,
y para él. Esta obra es para mí, no lo disfrutará otro».
Gonzalo Nadal
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