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El fracaso del plan de la ONU encaminado a lograr el tratamiento de tres millones de enfermos de sida no hace sino confirmar algo que se sabe de antiguo: que por debilidad de la naturaleza humana, los remedios son siempre más lentos que los males. Un informe recientemente publicado deja claro que el denominado plan 3x5, que preveía haber medicado para estas fechas a tres millones de enfermos de sida no ha logrado ni de lejos sus objetivos. Ello, aun admitiéndose que el acceso a los fármacos antivirales evitó durante el pasado año cerca de 300.000 muertes prematuras. Un dato que se revela como insuficiente si atendemos a otros realmente escalofriantes. Para empezar, cabe decir que las personas que en la actualidad necesitan los citados fármacos son bastante más del doble de las que reciben tratamiento. Sólo una de cada diez mujeres embarazadas y enfermas de sida recibe el tratamiento adecuado, y a consecuencia de ello nacen a diario 2.000 niños infectados. Casi 600.000 seres humanos menores de 15 años mueren anualmente de sida, la mayor parte de los cuales lo han adquirido en el claustro materno. Contemplar un panorama tan desolador irrita especialmente al constatar las razones del fracaso de un plan que de por sí ya era en principio muy limitado. A juicio de los responsables de la ONU, falta coordinación entre las organizaciones cooperantes, las provisiones de medicamentos son inadecuadas y, para vergüenza de todos, escasean unos medios económicos tantas veces derrochados en causas injustas y que ninguna relación guardan con el primero de los derechos humanos, el derecho a la vida. Se calcula que únicamente para atender de forma debida a la lucha contra el sida en el Àfrica subsahariana se necesitarían un millón más de trabajadores sanitarios. En tales circunstancias, a nadie puede sorprender que para escarnio de la humanidad el mal siga ganando la batalla.