La retirada de la escultura del ex dictador Francisco Franco de la Academia Militar de Zaragoza ha suscitado reacciones encontradas. Los defensores de la presencia de la estatua argumentan que se trata del primer director de la institución y que su presencia obedece a esa condición. La Asociación de Militares Españoles (AME) va incluso más allá y califica su retirada de «error nacional», al mismo tiempo que pide su traslado a «un lugar de honor» en la capital maña.
En cualquier caso, no debe olvidarse que el general Franco fue el responsable de un golpe de Estado contra un régimen político legítimo y constitucional que derivó en una cruenta guerra civil y en unos oscuros años de represión y falta de libertades que sólo pudieron ser recuperados a su fallecimiento.
No se trata de llevar a cabo revisionismos históricos, sino de poner cada cosa en su sitio, de reconocer qué cosas y cómo sucedieron desde aquel lejano levantamiento militar de hace setenta años.
Es cierto que los hechos, sean buenos o malos, forman parte de la historia y que debemos conocerlos, pero esto no quiere decir que debamos mantener esculturas que homenajean a personajes oscuros que han sido responsables de hechos terribles y luctuosos.
Hoy por hoy, hechos como la retirada de la estatua de Francisco Franco de la Academia Militar de Zaragoza debiera ser un simple hecho anecdótico, sin mayor importancia que la que tiene, acabar con la presencia de un símbolo de la dictadura y la represión en un lugar muy significado de las Fuerzas Armadas. Defender a ultranza su presencia o enconar posturas por semejante actuación sería despertar viejos fantasmas que deben permanecer para siempre en el sueño de los justos.
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