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LOLA OLMO
Cuatro religiosas mallorquinas de la orden Trinitaria iniciaron medio siglo atrás una labor cuya estela no ha cesado de crecer hasta lograr poner en marcha proyectos que nunca podrían haber soñado estas pioneras. Felicidad, Rosa, Gemma y Francisca se embarcaron en un carguero durante más de un mes de dura travesía para llegar a una tierra desconocida portando una semilla de solidaridad para los más desfavorecidos.

La historia misionera de las Trinitarias se inició en el marco de unos años en los que el mundo comenzaba un tímido clamor para que la sociedad volviera sus ojos a las necesidades del Tercer Mundo. El obispo de Mallorca mandó hacia Latinoamérica a los primeros misioneros de la Isla. Al igual que ha ocurrido en otros estamentos de la sociedad y a lo largo de la Historia, los hombres, sacerdotes y frailes, fueron los primeros en partir y dar noticias de aquel mundo. En 1959, se establecía una nueva comunidad trinitaria en Puente Piedra, a las afueras de Lima. Una «chakra» o parcela de tierra sin cultivar, con tres casitas de uralita y un gran pacai, árbol autóctono del Perú, era todo cuanto tenían las religiosas. Sin embargo, y reponiéndose a todo tipo de calamidades -incluido un terremoto que en 1966 derribó todas las aulas-, lograron levantar una escuela de Primaria, un comedor social y un Club de Madres, a las que enseñaban a hacer manualidades.

Ellas ya no están aquí para compartir sus experiencias, pero las muchas Hermanas que han seguido desde entonces su camino se han reunido en Mallorca para recordar esa gesta y celebrar estos cincuenta años de trabajo constante y callado y, sin embargo, más que necesario en una sociedad en la que la generosidad empieza a ser un valor en alza.

A ellos les siguieron las Trinitarias, que llegaron a Ancón, una población costera situada a 35 km. de Lima, para hacerse cargo del jardín de infancia. Pronto se darían cuenta de la realidad. Las necesidades sociales eran muchas, y en poco tiempo abrirían un centro de salud -rudimentario, pero mucho mejor que la nula asistencia médica que aún hoy recibe buena parte de la población- una escuela de Primaria y talleres, así como los Comedores para la Infancia Necesitada.

Su labor pastoral ha sido, en las distintas comunidades que han establecido en Perú, un complemento a una enorme tarea de ayuda al desarrollo: atención sanitaria y nutricional, creación de puestos de trabajo y organización de líderes y grupos que puedan abanderar la lucha diaria por salir adelante.

Durante años se han encargado de labores pastorales y educativas en distintos colegios, y en la década de los 70, la creación de la Casa de Formación de Trinitarias daría nuevo aliento con la incorporación de la primeras trinitarias peruanas -nativas-. Porque peruanas son también, de hecho, muchas religiosas nacidas en Balears que están o han estado muchos años entregadas a su misión, en una plena inmersión cultural que les ha permitido acercarse hasta el corazón mismo de la gentes.

Actualmente, mallorquinas y peruanas, religiosas y laicos, trabajan codo a codo desde Puente Piedra, donde cuentan con la escuela de Primaria y de Secundaria, un comedor, una Escuela de la Paz -en la que se imparte formación complementaria a los estudios reglados- un botiquín, una panadería y las oficinas de la ONG Ayne, impulsada por la congregación para agilizar la gestión de proyectos.