Balears es una de las comunidades españolas que menos envejece -junto a Canarias, Ceuta y Melilla-, lo que es motivo de satisfacción por un lado y de preocupación, por otro. Siempre es positivo que una sociedad rejuvenezca y que sus ciudadanos en edad fértil vean la vida con bastante optimismo como para decidirse a tener hijos. Sin embargo, el denominador común entre las comunidades que más hijos tienen es el elevadísimo flujo de inmigrantes llegados en los últimos años. Es gente joven, mayoritariamente, que se ha instalado aquí, ha encontrado trabajo y se ha arraigado lo suficiente como para crear una familia.
La clave es la suficiencia económica. Una sociedad activa, dinámica, con enérgica creación de empleo, invita a sus ciudadanos a tomar decisiones de futuro, a tener hijos y, al mismo tiempo, invita a miles de personas de otros lugares a instalarse allí.
Es, desde luego, un magnífico indicativo -Castilla-León, Asturias y Galicia, que económicamente no andan demasiado alegres, son las comunidades que más envejecen-, que también incide en la necesidad de llevar a cabo políticas eficaces de integración de esos nuevos ciudadanos que llegan con sus propias costumbres, religiones, idiomas y formas de pensar y de vivir.
Balears, una sociedad «cerrada» durante siglos, se enfrenta ahora a situaciones nuevas, como las que ya han vivido países como Estados Unidos, Francia o Alemania. Es necesario evitar los errores cometidos allí, la creación de guetos, de ciudadanos de primera y de segunda, pues los riesgos derivados de este tipo de situaciones son enormes. Hasta ahora podemos considerar que la convivencia es modélica, pero no hay que bajar la guardia si queremos confiar en un futuro pacífico y de perfecta armonía entre gentes muy distintas.
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