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os lazos que se crean entre las familias mallorquinas y los niños saharauis que acogen durante el verano llegan a ser muy grandes. Un hecho que se evidencia con las visitas que muchos de ellos realizan en invierno a los campamentos de refugiados. Una de estas familias es la formada por los pollencins Biel Fuster y Lola García. El pasado marzo volaron a Tindouf (Argelia) para trasladarse al Sáhara, en concreto al barrio tres de Bucraá, el pueblo donde vive Kabdur Bachir, de 11 años.

Era el tercer viaje de Lola y Biel a los campamentos de refugiados para visitar a los Bachir, una familia de pastores. En su casa de Pollença quedaba Hafdala, estudiando segundo de ESO. Sobra decir que Hafdala es hermano de Kabdur. En el mismo vuelo que Lola y Biel viajábamos casi un centenar de mallorquines. La mayoría para ver a «su» niño o niña.

Lola y Biel, como siempre, se alojan en casa de la familia de Kabdur. Me crucé con ellos una calurosa mañana en Guelta, a decir verdad, con ellos y otros mallorquines que hacían compras, y quedamos en vernos dos días después en su casa. De no ser por Bendir, el chófer que puso a mi disposición Oualad Moussa -delegado saharaui para Balears- todavía estaría buscando la casa, porque, huelga decir, en los campamentos no hay rótulos que indiquen, no ya el nombre del pueblo, sino el de calles o barrios. Entre sorbo y sorbo de té, Lola contó que existe mucha complicidad entre ambas familias, pero recuerda que el primer año no les dejaban solos ni un instante, lo que era algo agobiante. Y es que los saharauis son muy hospitalarios, dan al visitante lo mejor que tienen. Lola destaca que éste, es el primer año que se sientan las dos familias juntas a comer -incluida Dekfana Alemin, la madre - y que cada uno lo hace a su estilo. Biel admite que «es complicado comer con la mano». El padre de Kabdur se muestra muy agradecido con las ayudas que reciben de Balears y que les permiten hacer su vida un poco más cómoda. Lola recuerda que en su primer viaje el baño era un simple agujero en el suelo y ahora disponen de plato turco y ducha, una pequeña mejora en un lugar donde el agua es oro y comer casi un lujo.

Lydia E. Corral