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las 18.41 horas del 15 de agosto la tierra empezó a temblar desde el sur de Lima hasta Ica durante tres minutos y medio interminables. Después, sólo oscuridad y destrucción, 540 muertos y casi 250.000 damnificados. Cualquier ciudad, cualquier pueblo, desde Cañete hasta Ica, parece víctima de un bombardeo. Esa es la imagen que ofrecen las casas derruidas y las calles llenas de escombros cincuenta días después del terremoto. Los coches circulando a pesar de todo y la gente deambulando. La vida sigue, y el drama también.

Ayne-Perú ha movilizado a buena parte de sus efectivos humanos ante la situación de emergencia que vive el sur del país, colabora con las redes locales para evaluar las necesidades de cada una de las zonas devastadas y aporta su ayuda con alimentos, viviendas prefabricadas de madera, ropa de abrigo, mantas, material escolar y juguetes, y con el trabajo de grupos de apoyo para la atención psicológica, pedagógica y logística de los damnificados.

A pesar de los mensajes que lanza el gobierno de Alan García a través de los medios de comunicación cuando afirma que ya no se necesitan alimentos en las zonas devastadas, que todos los damnificados tienen cobijo y que los niños ya han vuelto a las aulas, la realidad es muy distinta porque miles de personas pasan hambre y duermen a la intemperie soportando bajas temperaturas, y son pocos los niños que han podido retomar las clases.

En Perú quien no tiene un trozo de tierra no tiene nada. Por eso los que han perdido su casa y sus bienes pero conservan el suelo que los sustentan se consideran hasta afortunados. Será por el fuerte lazo que une a los peruanos con la Pacha Mama, la Madre Tierra. El terremoto que asoló el sur de Perú destruyó 80.000 viviendas, la gran mayoría fabricadas con adobe y sin las mínimas garantías de seguridad frente a seísmos. Y esta es una tierra altamente sísmica.

Cincuenta días después del aciago 15 de agosto, más de 250.000 damnificados viven todavía un infierno. Son una minoría aún los que han recibido una tienda de campaña donde poder pasar las noches. Las necesidades son muchas y la ayuda organizada sólo llega desde el exterior, a través de las ONG grandes y pequeñas. El gobierno ha pasado todo este tiempo elaborando y modificando leyes para emprender la reconstrucción, anunciando grandes planes, pero cada vez llega menos comida a los damnificados, muchos niños y ancianos han enfermado por el frío y la humedad, y quedan demasiados escombros en las calles.

A falta de un gran plan nacional, son los alcaldes de las localidades afectadas, unidos a las parroquias, los vecinos y las ONG, quienes aprovechando la red de las Mesas de Concertación para la Lucha contra la Pobreza se han organizado para canalizar las ayudas. La ONG Ayne-Perú, que acaba de recibir el premio Jaume II de manos del Consell de Mallorca por su labor solidaria, trabaja desde esta red de ayuda, y en esa línea ha iniciado la instalación de módulos de madera de 16 metros cuadrados, de momento cincuenta pero espera llegar a mil, que son entregados a las familias con mayores necesidades. Se trata de viviendas provisionales que permiten a los damnificados protegerse del viento y el frío mientras se lleva a cabo el lento proceso de reconstrucción de sus viviendas. Esta campaña de ayuda a los damnificados ha sido posible gracias a las aportaciones realizadas por los ciudadanos de Balears a las cuentas abiertas por Ayne-Mallorca en La Caixa y Sa Nostra.

En Villa Tupac Amaru Inca, un asentamiento humano ubicado en las afueras de Pisco, acaba de tener lugar la entrega formal de los primeros cincuenta módulos a otras tantas familias de la zona. El líder comunal de esta villa, en la que quedaron destruidas el 95 por ciento de las viviendas por el terremoto, agradeció a María Alcázar, directora de Ayne-Perú, la instalación de los módulos en un breve, pero emotivo acto, que tuvo lugar en plena calle, entre los muchos escombros que todavía quedan. Estas viviendas provisionales son una gran ayuda para quienes, pese a las promesas del gobierno de Alan García, saben que esta situación puede prolongarse durante meses, incluso años, antes de que se reconstruyan sus casas.

María Alcázar es consciente de que esta ayuda es sólo un granito de arena en la inmensidad del desierto que rodea a estos poblados. «Es difícil afrontar con entereza esta labor de ayuda a los damnificados porque es enorme el sentimiento de impotencia ante la magnitud de este desastre, es muy duro ver a miles de familias enteras durmiendo entre esteras y plásticos, pasando hambre y frío, y tener que aceptar que es imposible que nuestra pequeña ayuda pueda llegar a todos», afirma. «Pero la ayuda, por pequeña que sea, consigue mejorar en algo las condiciones de vida de quienes la reciben, y sólo por eso merece la pena todo el esfuerzo realizado tanto desde aquí como con las ayudas que nos llegan desde Balears», añade María Alcázar.

Lo cierto es que sin la ayuda de las ONG no habrían llegado a las zonas devastadas todos los alimentos que han llegado, las tiendas instaladas, los módulos de madera ni la ropa de abrigo. En los primeros días tras el desastre, Ayne-Perú distribuyó mil mantas y dos mil esterillas entre damnificados, y también ropa de abrigo. El terremoto llegó en pleno invierno pero ahora, pese a que acaba de empezar la primavera, las noches siguen siendo muy frías en el sur de Perú.