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Tal y como pretende la organización terrorista ante cada cita electoral, las calles del País Vasco se convierten en escenarios de auténticas batallas campales. La kale borroka es la cita cotidiana en el enfrentamiento entre los grupos más radicales y violentos del independentismo vasco y la policía, una espiral que no logra interrumpirse y de la que nunca se han obtenido beneficios. Esta es la cruda realidad desde hace décadas en el País Vasco.

El asesinato de dos guardias civiles en la localidad francesa de Capbreton ha supuesto un claro punto de inflexión, toda vez que ha acelerado el cerco del Estado a ETA y todo su entramado político desde los frentes policial y judicial con indudable éxito. En la próxima convocatoria del 9-M ninguna formación del entorno de Batasuna podrá concurrir a los comicios por decisión de la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo; de hecho, su cúpula se encuentra en estos momentos detenida.

De todos modos, la situación actual "es justo reconocerlo" es sólo un punto y seguido en la larga tarea de acabar con el terrorismo de ETA, cuyos dirigentes no cejan en su empeño de defender la violencia como fórmula para conseguir sus anhelados objetivos independentistas. Este es, conviene tenerlo muy presente, el verdadero problema que el Gobierno que surja de las elecciones deberá retomar para buscarle una solución.

La negociación con ETA es un proceso fracasado que se ha tenido que dejar en vía muerta tras los atentados mortales de Barajas y Capbreton, circunstancia que obliga a nuevos ejercicios de inteligencia política para desatascar un proceso en el que no hay forma de alcanzar un marco mínimo en el que entablar el diálogo. De momento, los defensores de la violencia están fuera del sistema.