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Hoy se cumplen cinco años del inicio de la guerra de Irak, la ofensiva bélica encabezada por Estados Unidos y Gran Bretaña bajo el pretexto de eliminar los arsenales de armas de destrucción masiva que, supuestamente, almacenaba el régimen de Sadam Hussein. Una justificación que en pocas semanas se demostró que era falsa y por la que murieron miles de personas, civiles y militares, en el transcurso del ataque militar que provocó un despliegue de armamento por parte de las fuerzas occidentales sin precedentes, buena parte del cual se lanzó sobre poblaciones iraquíes.

La guerra de Irak pactada en la cumbre de las Azores, del 16 de marzo de 2003, entre George Bush, Tony Blair y el entonces presidente español, José María Aznar, se materializó cuatro días más tarde con el bombardeo de Bagdad. Empezaba un conflicto armado al margen de las Naciones Unidas, una de las razones que con más contundencia esgrimen los grupos opositores que cuentan, como se demostró entonces y ahora, con el apoyo de amplias capas de las sociedad, incluida la española, que se manifestó en contra de este derramamiento injustificado de sangre.

La actitud arrogante del presidente Aznar acabó pasando factura al Partido Popular en las elecciones del 14 de marzo del año siguiente, además del terrible atentado islamista de Madrid unos días antes. Un error que cinco años después el político conservador se niega a admitir.

El derrocamiento del genocida Hussein es el único valor positivo de todo el despropósito que se inició, y todavía se mantiene, con la invasión de Irak un lustro atrás. Todavía están en la memoria colectiva las sangrientas imágenes de todos estos años del dolor infligido a miles y miles de iraquíes en nombre de no se sabe muy bien qué.