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En el «caso Rodrigo de Santos» lo que ha conmocionado a la opinión pública no es la malversación de fondos públicos, que tampoco se puede minusvalorar, sino lo que ha puesto en evidencia: la doble vida, la doble moral de un político que durante el día ejercía un papel de gobernante incorruptible y por la noche frecuentaba clubs de alterne con cargo a los presupuestos municipales. Estamos ante un presunto caso de corrupción de hondo calado social por lo que supone de engaño y de fraude. ¿No se acordaba De Santos por las mañanas de lo que había hecho horas antes? Parece obvio que una persona que era incapaz de resistir sus adicciones a la droga y al sexo recurriendo a la prostitución no estaba en las mejores condiciones para adoptar decisiones de gran trascedencia. Al actuar de este modo tan irresponsable, De Santos ha causado un daño gravísimo no sólo a su familia, sino también a su partido y a la ciudad. Ha engañado también a muchísimos ciudadanos que confiaban en él. Frente a quienes sustentan que no importa en absoluto lo que hagan los políticos en su vida privada, hay que decir que cuando se traspasan ciertos límites, sí que importa. En este sentido se les debe exigir que en sus horas de ocio tengan un comportamiento respetable a ojos de sus conciudadanos, un comportamiento personal incluso ejemplar, como reclama Rosa Estaràs. Consumir drogas y servirse de la prostitución no son hábitos que la sociedad puede aceptar en personas que ocupan cargos de responsabilidad pública. Quienes quieran hacerlo, quienes crucen esta frontera, deben dejar la política. De Santos lo ha hecho cuando ya era demasiado tarde. La devolución del dinero es ahora lo de menos, lo que importa son las terribles secuela que deja el caso en la opinión pública, que ahora tiene un motivo más para desconfiar en los políticos cuando quien era puesto como ejemplo se convierte en el protagonista de tan lamentable asunto.