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En Son Banya hay diferentes problemas muy especiales: no se desarrollan programas adecuados de integración social, ni se utilizan fondos del Gobierno para reconstruir las casas destruidas y atender a los niños marginados. Amnistía Internacional describe a este colectivo como «personas que viven en condiciones económicas y sociales desesperadas».

El culto evangelista se oficia todos los días y a la iglesia se acercan mujeres, niños y hombres en busca de un retiro de paz que el pastor Juan Cortés se encarga de estimular.

No es una ceremonia a la que otras iglesias se asemejen. La canciones, interpretadas por jóvenes de gran talento con instrumentos tales como batería, teclados, congas y tamboriles son coreadas por los asistentes mientras tres voces femeninas entonan con energía letras que dignifican a Dios. Una gran pancarta invita a engancharse a Cristo y no a las drogas, poniendo énfasis en su trabajo de demostrar que en este barrio de Palma existen vidas fuera del estereotipo al que se ha relacionado a Son Banya. El patriarca gitano Gabriel Cortés asiste junto a sus hijos en una clara demostración de que es la fe lo que le lleva a asegurar que «en Son Banya se terminarían los problemas si hubiera trabajo».

El desempleo alcanza su cuota más alta entre los gitanos que, a causa de su nivel de educación en general, son los primeros en perderlo durante las crisis económicas. Gabriel comenta el caso de gente que cuando pide un crédito o cuando solicita un empleo, se le niega en razón de su domicilio. Por todo esto, son cada día más los pobladores que se incorporan al culto en el que el pastor invita a los fieles a cantar y seguir las enseñanzas de su religión.

La sala está a reventar de fieles y ese es el dato más importante para quienes saben que en esta zona de Mallorca aún se puede tener la esperanza de ver crecer una juventud fuera del grave problema que les rodea.

Óscar Pipkin