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Las pasadas elecciones generales en Italia ofrecen dos resultados incontestables: el triunfo, por mayoría absoluta, del conservador Silvio Berlusconi, y la derrota de la tradicional atomización de la política italiana en favor del bipartidismo hasta el punto de dejar como grupo extraparlamentario al Partido Comunista. Los progresistas, liderados por Walter Veltroni, también han cosechado un severo revés electoral.

Ésta será la tercera ocasión que el multimillonario Silvio Berlusconi acceda a la presidencia del Gobierno italiano, un personaje escurridizo que logra sobrevivir a todos los escándalos y la persecución judicial. Su sólida alianza con la Liga Norte permitirá al sucesor del socialista Romano Prodi -autoexcluido de estos comicios- tomar las medidas necesarias para recuperar la maltrecha economía italiana, la cual ha perdido competitividad internacional y ve peligrar su posición entre los grandes países europeos.

Berlusconi se ha presentado, en esta ocasión, mucho más prudente en sus promesas electorales; consciente de las dificultades reales que atraviesa su país. No obstante, los principios liberales del nuevo presidente permiten adivinar la deriva que adoptará su gestión, la cual también tendrá que resolver las exigencias del federalismo fiscal que le ha impuesto su acuerdo con la Liga Norte.

Al final, Silvio Berlusconi ha logrado que su reforma electoral acabe diseñando un nuevo mapa político en Italia, prácticamente inédito al consagrar un bipartidismo entre conservadores y progresistas y retirar otras opciones más radicales, en uno u otro sentido. Éste es el nuevo escenario con el que Il cavaliere debe afrontar su mandato de los próximos cinco años, así lo ha querido el electorado italiano. Hay que esperar las consecuencias.