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La derrota electoral sufrida por el laborismo en las elecciones municipales de Inglaterra y Gales el pasado jueves es un duro golpe a su líder, Gordon Brown, al tiempo que abre la puerta a una ya previsible victoria de los conservadores en una próxima cita electoral al Parlamento británico. En el caso de repetirse los datos, David Cameron se instalaría en el número 10 de Downing Street con una cómoda mayoría parlamentaria.

Son varias las razones que explican la derrota laborista en las urnas. En primer lugar se apunta el hecho de que en Gran Bretaña están comenzando a notarse los efectos de la crisis económica, cuya responsabilidad más inmediata se atribuye al partido gobernante. Además hay que añadir otras razones más sutiles, pero no por ello menos importantes para el electorado.

Brown accedió al cargo de primer ministro sin haber pasado por el tamiz de las urnas, fue una designación de Tony Blair que, está claro, no ha sido aceptada por los votantes. Con independencia de la filiación política, Brown no tiene el carisma de su predecesor ni su capacidad de liderazgo; ambas circunstancias se han materializado en una clara pérdida de confianza por parte de buena parte de los simpatizantes laboristas en Inglaterra y Gales. Dos razones se tienen que añadir en el debe de Brown: once años de permanencia ininterrumpida de los laboristas en el poder y su origen escocés, que dificulta, todavía más, el aprecio de ingleses y galeses.

Todo apunta a que el conservador David Cameron está más cerca de ser el próximo primer ministro británico. Más carismático que su adversario, el líder tory presenta un cartel forjado en los más rigurosos centros de Etton y Oxford; un bagaje que no pocos entienden como garantía para superar los tiempos difíciles que se avecinan.