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Ya tenemos Expo. Dieciséis años después de la que celebraron los socialistas en Sevilla, ahora es Zaragoza la encargada de dar la bienvenida a siete millones de visitantes "es la cifra esperada" a un recinto de 25 hectáreas en las que se rinde honores al elemento que nos permite vivir: el agua.

La puesta en marcha de este evento internacional ha costado más de tres años de trabajos y la friolera de 700 millones de euros, aunque algo quedará de forma definitiva en la ciudad del Ebro. Balears, por su parte, ha invertido tres millones de euros en un stand que formará parte de la necesaria promoción turística de las Islas como paraíso natural.

Hay una parte festiva en este acontecimiento efímero "la Expo mantendrá las puertas abiertas hasta el 14 de septiembre" pero también un necesario elemento de reflexión y de concienciación masiva de un asunto de trascendental importancia.

España es el país más árido de Europa y un tercio de su territorio está en proceso de convertirse en zona desértica. Durante décadas los dirigentes han optado por la construcción de embalses como único remedio a las recurrentes sequías que vive el país, aunque este «atajo» sólo ha servido para propiciar el crecimiento del medio agrario en zonas tradicionalmente secas "el este y el sureste mediterráneo" y, a rebufo del boom turístico, de nuevas urbanizaciones para alojar a millones de visitantes que, a su vez, provocan un enorme aumento del consumo de agua y recursos.

No hemos sabido hallar soluciones nuevas y, de momento, lo más saludable es convencer a todos de que el agua es vital, escasa e impredecible. Luego se impone el seny para buscar alternativas y salidas a una situación ya bastante delicada.