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A Francisco Salguero, más conocido simplemente como «el abuelo», se le ve ejercer la mendicidad al menos desde hace una década en lugares céntricos de Palma, y especialmente en el puente de sa Riera que atraviesa el Passeig de Mallorca desde Ruiz de Alda.

A sus ochenta años y prácticamente ciego, Francisco no suele faltar a su cita diaria, desde primera hora hasta el mediodía, con lo que una parte significativa de quienes le asisten, con unas monedas, con comida o con minutos de conversación, son sus seres próximos.

«Pido en la calle todos los días porque desde que falleció mi mujer sus cinco hijos me dejaron solo, y además la pequeña pensión de jubilado me la administran judicialmente y no puedo disponer según mi voluntad de mis propios ahorros», afirma Francisco entre sollozos.

Durante los meses con bajas temperaturas en Palma, comparece Francisco ante los transeúntes muy abrigado y con la cabeza cubierta, pero ahora, en los rigores del verano, su menudo cuerpo está ataviado con ropa ligera y sitúa su asiento en la agradecida sombra del arbolado.

Francisco cuenta ahora para su actividad y entre otras herramientas auxiliares con una auténtica silla de jardín, en vez de aquella de mínimo tiro, la de «limpiabotas» con la que se desenvolvió en los últimos años en la Riera.

«Me la ha regalado una señora, a quien se lo agradezco de todo corazón, pues la pequeñita quedó inservible hace semanas por la patada de un toxicómano», señala Francisco, quien no oculta que otros habituales de las calles le presionan para que las monedas que recibe cambien de manos cada jornada.