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ÀLEX CABOT Se dice que los colegios son el reflejo de la sociedad, aunque ya le gustaría a mucha gente que su sociedad gozara de la mitad de entendimiento del que existe en el colegio Máximo Alomar, un pequeño centro escolar de Palma al que cada día acuden unos 200 alumnos de 30 nacionalidades distintas y de los que sólo un 10 por ciento son españoles.

Este centro se encuentra en la barriada de El Terreno, casi al lado de la plaça Gomila, y vive el fenómeno de la inmigración desde hace ya diez años.
La directora del Máximo Alomar es Maribel Seguí y cuenta que «estamos ubicados en una barriada donde hay viviendas a precios asequibles y muchas familias cuando llegan a la Isla se instalan en la zona y a sus hijos les corresponde venir a nuesto colegio». Un factor muy influyente en la cantidad de alumnos inmigrantes que trae un problema intrínseco: la gran cantidad de altas y bajas que se dan a lo largo del año ya que la vida de los inmigrantes no tiene una gran estabilidad, especialmente en lo que al mundo laboral se refiere. «Los padres o madres encuentran un trabajo en otro lugar o se tienen que ir a vivir a otro sitio y por lo tanto sus hijos se van con ellos», recuerda la directora del centro.

Cuando esto ocurre se da una baja, desde el colegio se notifica a la oficina de escolarización que hay una plaza vacía y éstos enviarán a un nuevo alumno cuya vivienda esté por la zona, preferentemente.

Con el ir y venir de alumnos, durante todo el año los profesores se encuentran con la dificultad de que «tienen que adaptarse a los nuevos chicos y cuando han hecho el trabajo de integración se van». Obviamente no siempre es así, aunque a lo que Maribel Seguí se refiere es al proceso de adaptación académica de los alumnos. Y no a la adpatación social, ya que «se integran con sus compañeros rápidamente».

Para la integración académica existe un equipo de tres profesores de 'Atención a la diversidad' que se encarga principalmente de dos grupos de alumnos. Petra Ferrà es una de las maestras de los que requieren una atención educativa específica por motivos de derivados de factores culturales, geográficos, étnicos o de salud; o los que simplemente tienen dificultades por su incorporación tardía al sistema educativo. Un ejemplo simple del primer grupo sería un chico que llega de Rusia y tiene problemas con el lenguaje.

Los profesores de este centro coinciden en muchas cosas y especialmente en la «inmersión total» de los niños y niñas pese a que sean de 30 nacionalidades distintas, por su facilidad a la hora de aprender el castellano y el catalán. «Hasta se convierten en traductores con sus padres». Los jóvenes son de tal variedad de origen que no hay quien se pueda sentir discriminado de modo alguno, no existen ni minorías ni mayorías. Y seguro lo recordarán cuando sean mayores, hasta el único alumno mallorquín que hay en el centro.

Ya sea de India, Argentina, Filipinas, Cuba, Marruecos... o se llame Aibek, Celina o Edmar, «aprenden a hablar el idioma en dos meses» y con la escuela ganan una «estabilidad, hábitos y felicidad», que nadie duda que merece cualquiera de cualquier lado.