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El sol calienta y la mayoría no nos hemos despertado de la siesta. Gente en bañador se agolpa frente a uno de los chiringuitos de lo que creíamos la playa más paradisíaca de Mallorca: Es Trenc, en un sábado perfectamente confundible con Benidorm en cuanto a número de toallas por centímetro cuadrado.

Casi una odisea es lograr hundir los pies en la fina arena debido a la carretera de acceso por la que en algunos tramos no pasan dos coches, y que obliga a largas esperas que finalizan cuando algún copiloto pierde la paciencia y baja del coche para detener el tránsito de una dirección para descongestionar el sentido contrario, y así sucesivamente, ya que no dejan de llegar coches a una hora en que los playeros más familiares empiezan a abandonarla.

Son las seis de la tarde y no paran de llegar jóvenes pertrechados con neveras e inusualmente arreglados: bikini y rimmel en el caso de las chicas, bañador a la última, collar de semillas y cuidados abdominales en los chicos. Parece que no cabe ni un alma más en los aledaños de El Último Paraíso, pero no importa, la música techno va subiendo de volumen a medida que el sol va bajando y la barra no da abasto sirviendo sangría. En el mar cada vez se ven más barcos fondeados que llegan atraídos por una fiesta que se repite cada fin de semana durante el verano con Valentín de Moreda frente a los platos. Embutidos en bañadores tipo slip, gafas aviador y sombrero vaquero, es fácil distinguir a los italianos, que se intentan mezclar con españoles llegados de Valencia o Madrid, pero la mayoría son mallorquines? aunque no importa, la noche empieza a cerrarse y, ya se sabe, de noche todos los gatos son pardos.

Lydia E. Larrey