Rajoy en Sóller, junto a Teresa Palmer. | M. À. Cañellas

TW
4

El viaje electoral relámpago en tranvía de Mariano Rajoy al Port de Sóller exhibió los claroscuros del PP-Balear. Se vio el compañerismo que hay entre los regionalistas y la tensión epiléptica que produce la presencia de José Ramón Bauzá. A su llegada al Valle, a Rajoy le metieron en un tranvía de dos vagones, que partió hacia el Port, donde le esperaban numerosos alcaldes y cargos institucionales, aunque muy poco público. En el ambiente flotaba el último escándalo: las grabaciones del ministro del Interior, Fernández Díaz, moviendo hilos para cazar a familiares de peces gordos de la Generalitat. Pero en Sóller había mucho sol y mucha luz y los desastres peninsulares quedaron difuminados por las miserias políticas mallorquinas.

En el primer vagón del tranvía viajaba Mariano acompañado de los candidatos baleares al Congreso y al Senado, el equipo y guardaespaldas del presidente, y los dirigentes del partido: Miquel Vidal, Jeroni Salom, Biel Matas y su esposa, la diputada Núria Riera. ¿Y quién iba en el segundo vagón? Pues prácticamente solo se encontraba José María Rodríguez, presidente del PP-Palma, al que al parecer nadie le invitó a entrar en el primero, junto a Mariano. A san José María le dejaron más solo que a Cagancho Cartagena. Como se sabe, las relaciones de Rodríguez con Génova no son de película de Sisí. Ni mucho menos. Están profundamente deterioradas desde hace años. Nadie se atrevió a hacerle pasar al primer vagón, aunque fuese por cortesía. Nadie...«no sea cosa que Mariano, que anda quemado con el asuntillo de Fernández Díaz, se nos cabree y nos largue un rapapolvo».

Mientras el tranvía avanzaba hacia el Port, en el lugar de espera se concentraban alcaldes y gente de peso del partido. Era una escena digna de Bienvenido Mister Marshall. Sorprendió José Ramón Bauzá, que se presentó rodeado de costaleros: su secretario Alejandro Sanz, el concejal Javi Bonet y el marratxiner Llompart. Sin embargo, nadie le miraba de cara. Ni Biel Company, ni el solleric Carlos Simarro, ni el alcalde de Campos Sebastià Sagreras...le ignoraban con desprecio.

También llamó la atención que en esta ocasión no se presentó Antonio Gómez, el verdugo de Ricote, el antiguo brazo ejecutor de Bauzá a la hora de perseguir y humillar regionalistas. Como es harto sabido, Gómez se ha presentado «con toda la jeta del mundo» a algunos actos electorales del PP en los últimos días y se ha sentado junto a la cúpula, «sin el menor sentido del ridículo». Sin embargo, este miércoles brilló por su ausencia, «en un gesto que demuestra que aunque no lo parezca tiene un poco de sentido común», según alguno de los presentes.

Y en esto llegó en tranvía presidencial y...¡oh, sorpresa!, el primero que se colocó para darle la mano a Rajoy fue...¡José Ramón Bauza! Nadie sabe como lo hizo, pero se puso por delante de Company y de los alcaldes, manejando los coditos con maestría, queriendo hacerle creer al presidente nacional que aún corta bacalao. Pero no engañó a nadie. Rajoy está informado, «¡vaya si está informado del desastre que armó Joserra en Balears, que por poco se carga el partido!». La prueba es que a la expresión risueña de Bauzá, Rajoy respondió con cara de pepino en vinagre, «como si tuviera delante a un bicho raro a quitar de en medio porque con su presencia resta votos».

Ya en tierra, Mariano repartió manitas y sonrisas, comenzando por los alcaldes. Había poco tiempo ya que debía regresar pronto hacia el aeropuerto. Deprimieron los discursos de Miquel Vidal y Teresa Palmer por su flojedad, cortedad intelectual, superficialidad y topiquería pero...«esto es lo que hay». Por su parte, Mariano estuvo en su línea oratoria sólida y directa. Los que le conocen aseguran que «se encuentra en plena forma».

Otro dato que llamó la atención fueron «las ganas de mandar» que exhibió la candidata al Senado Cati Soler, que se meneó mucho entre el equipo de campaña de Rajoy. Incluso se atrevió a dar órdenes sobre donde debían colocarse los políticos para hacer fotos. Hizo otras «mestressades» semejantes. Miembros del equipo presidencial, que no estaban para bromas dada la intensidad de la agotadora campaña, la mandaron literalmente a hacer puñetas.

Otro aspecto que quedó meridianamente claro fue que el director de la campaña electoral en Balears, Joan Jaume Mulet, pintó menos en el Port de Sóller que Cantinflas en un procesión del Corpus Christi. Todo venía milimétricamente organizado desde Génova y Moncloa, con la colaboración del la empresa del Tren. Jaume fue pura comparsa. Hubiera podido quedarse en su casa y no habría pasado nada.

Al final, cuando Rajoy emprendió el camino de regreso, entre la tropa popular todo eran reojos hacia Joserra, para comprobar qué cara ponía al darse cuenta, una vez más, de que pasan de él como de un lagarto debajo de una pita. Pero Bauzá no se inmutaba. Pétreo y estirado, aguantó la humillación del desprecio. Y hasta se llevó una alegría: alguien fue a saludarle efusivamente. Se trataba de Martí Juaneda, que se hallaba entre el escaso público asistente al acto electoral. Juaneda fue jefe del gabinete de Bauzá en el Consolat en la pasada legislatura. Después acabaron distanciados. Juaneda se volvió a sus actividades privadas. No le han vuelto a ver por el partido. Al principio algunos no le reconocieron porque ahora luce un rubio de pelo espectacular. Pero hubo abrazos efusivos que mitigaron un poquito la angustiosa soledad de José Ramón y sus costaleros.

Y Sóller volvió a quedarse sin Mariano y sin la tropa de periodistas madrileños, que este miércoles iban de cráneo porque sus jefes les pedían declaraciones del presidente sobre el escándalo del ministro Jorge Fernández Díaz, grabado in fraganti armando guerra sucia en Catalunya. Como es natural y propio de él, Rajoy proclamó que no sabía nada, de nada, de nada. Igual que en el caso Bárcenas. Y ni se alteró, ni se inmutó. A Mariano lo único que le puso la cara de aceite de ricino fue la presencia de Joserra. Eso sí le saca de quicio.