Pedro Sánchez y Francina Armengol. | José Sevilla

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Pedro Sánchez quedó hastiado hasta las trancas de barones socialistas tras el golpe de mano que le apartó temporalmente de la secretaría general el pasado octubre. Ahora piensa marcar distancias con el engreído baronato regional. No quiere en su ejecutiva a Susanas, Vargas, Pages, Lambanes o Ximos. Se ha llevado una mala experiencia con los hasta ahora santones intocables. Se compincharon con el parque jurásico, encabezado por Felipe, Guerra, Zapatero y Rubalcaba, y por poco casi consiguieron acabar con la carrera política de Pedro el Grande. Ahora Sánchez no cometerá el mismo error. Dejará a los budas en sus torres de marfil y organizará el partido por debajo, por encima y por los flancos de los walís autonómicos.

Lo malo es que esta decisión (si es que finalmente consigue hacerla realidad) también afecta a Francina Armengol. Y es que Pedro el Grande no se toma ahora mismo muy en serio a la política inquera. Sintió un gran aprecio hacia ella cuando Armengol dio la cara por Sánchez en el famoso comité federal del pasado otoño en el que el resto del baronato apuñaló por la espalda a su secretario general. Pero luego Francina experimentó una repentina conversión patxista, digna de de análisis por los estudiosos de la aparición de Fátima, y pidió avales para el casco azul de Portugalete y sus topicazos conciliadores. A Sánchez le sentó como un tiro en la popa.

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Era la única presidenta autonómica que le había apoyado y luego le abandonó. El despecho que sintió Sánchez fue morrocotudo. Pero más tarde, Francina, al ver que Sánchez podía ganar, volvió a pegar un giro copernicano, dejó tirado al buenista sardinero de la ría de Bilbao e incluso le exigió que retirase su candiatura. Armengol volvió a pasarse a Sánchez, que en Balears cosechó cerca de 1.500 votos. Pero ya era demasiado tarde. Pedro el Grande no se fía. Francina ha dejado de ser un obstáculo para que Sánchez filtre que no quiere barones en su ejecutiva (a ninguno, cero patatero). En el fondo, al ser un vencedor por mayoría absoluta, Sánchez está contento de deber los mínimos favores posibles, incluida la variable Francina.

Lo indudable es que Armengol perdió una gran oportunidad. Si se hubiera mantenido leal en todo momento a Sánchez ahora su posición dentro del PSOE sería mucho más sólida, infinitamente más fuerte.

Nótese que la negativa de Pedro a admitir barones a su vera tiene un profundo calado político. Significa que se está posicionando de tal manera, y con el apoyo de las bases, que puede removerle la silla al primer walí que se le ponga chulo. Se intuye un nuevo poder socialista. Por un lado los santones en sus despachazos presidenciales y por el otro un aparato de nuevo cuño: leal, duro, seco y a las órdenes directas de su secretario general. Solamente Susana Díaz -y si no hace tonterías- está en disposición de controlar por completo el PSOE andaluz. En el resto de comunidades el poder de Ferraz puede hacerse sentir de manera mucho más intensa e incluso maquiavélica. A la larga, este nuevo equilibrio de poder también puede llegar y afectar a Balears. Pedro no olvida. La lucha de los seres humanos por el poder es la pugna de la memoria contra el olvido.