El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. | Ballesteros

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En la Unión Europea ya no entienden nada. El conflicto catalán ha entrado en la peor de las fases de todo enfrentamiento humano: en la insondable profundidad del absurdo. En Bruselas, Puigdemont ya ha arremetido hasta contra Junkers, ha enardecido a los flamencos y ha mandado la marca España a hacer puñetas. En Madrid ahora buscan la fórmula para que el sumario de la 'rebelión' pase ahora al Tribunal Supremo, que es la manera más digna que tiene Moncloa para excarcelar a Junqueras, los Jordis y los exconsellers sin que se note que es el propio Rajoy el que da marcha atrás porque ya se está oliendo que las elecciones del 21-D pueden ser un desastre para el Estado si el independentismo vuelve a ganar.

Encima, este jueves declara Carme Forcadell entre el Tribunal Supremo. Si no la meten en la cárcel se dará el contrasentido de que la jefe del Legislativo catalán vuelve a su despacho mientras los del Ejecutivo están o entre barrotes o en Flandes. Más confusión todavía. La Audiencia Nacional dice rojo y el Supremo amarillo, por los mismos hechos. El absurdo ya habrá alcanzado las más altas togas de los más egregios edificios del poder judicial de Madrid. Y como la encarcelen es posible que Moncloa reciba llamadas de indignación de Merkels y compañía, que parece que callan aunque nadie se cree que sea así como en todo buen proceso kafkiano.

Este miércoles los independentistas en huelga han colapsado las vía de comunicación de Catalunya, pero en Madrid saltan de alegría porque han abierto la mayoría de los comercios y se ha trabajado en las empresas. Ha sido una 'huelguita', dicen. Más ceguera. Hasta de un paro se extrae sólo el aspecto que más conviene a cada parte. Cuando Kafka escribió su 'Der Prozess' se marcó objetivos mucho más simples para desplegar su sentido equívoco y absurdo de la vida. Se limitó a describir las penurias irracionales de un empleado de banca acusado falsamente de calumnia. Si hoy día soltasen al genio de Praga en la Plaça de Catalunya sólo podrían ocurrir dos cosas: o que se volvería loco (lo más probable), o que regresaría a la tumba a todo pistón.

Los expertos dicen que Kafka expresaba su anarquismo a base de imágenes y relatos oníricos. Pero tras la experiencia del conflicto catalán, ahora en plena efervescencia, es preciso releer 'El Proceso' . Seguro que se encuentran nuevas ópticas, nuevos flecos nada despreciables para comenzar a comprender hacia dónde nos conduce este siglo XXI. En la novela un personaje le dice a otro: «¿quieres perder el proceso, ¿no sabes a lo que te expones?». Y tal vez esa sea la clave del conflicto catalán: rota toda posibilidad de diálogo entre las partes enfrentadas, perdida toda oportunidad democrática de acuerdo sintético, sólo resta el ganar o perder, el todo o la nada, igual que en la Edad Media. ¿Será este siglo XXI un regreso al pasado? ¿Será el conflicto catalán un aperitivo de lo que nos espera a nivel global?

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Es posible que en el siglo XX muchos vieron a Kafka como un sutil defensor del anarquismo en el sentido más puro de la palabra. Hoy día, casi cien años después de que desarrollase lo mejor de su obra, tal vez se le vea como a un visionario del fracaso, un profeta que advertía que volveremos a los tiempos de la cerrazón y el autismo.

En la UE andan perplejos. ¿Cómo es posible que el autismo político impere en España, en un Estado que tiene más de medio milenio de historia a sus espaldas? ¿Cómo puede ser que Rajoy y Puigdemont parezcan dos personajes kafkianos que no se comunican y que parecen vivir en planetas diferentes? ¿Es eso propio de una democracia asentada? ¿Es eso soportable para el prestigio de Europa?

Y lo malo para Rajoy es que las 'indicaciones' de los que mandan en el euro es que procure no meter más líderes catalanes en la cárcel a través de su fiscal general porque eso mancha la Unión. También están con los pelos de punta ante el histrionismo de Puigdemont en Flandes. Y Rajoy, racionalmente, baja la cabeza y les dice estar de acuerdo en no encarcelar más políticos de la primera fila catalana, además de liberar a los ya encerrados. Pero luego, como si viviese en sueños kafkianos, toma decisiones alimentadas por su anticatalanismo visceral y enfermizo. Su irrefrenable obsesión por humillar a los catalanes. Y Puigdemont, lo mismo, pero al revés. Y 'Der Prozess' continúa, implacable, imparable e insaciable.

Y esta pesadilla no lleva camino de calmarse. La UE le exigió a Rajoy elecciones autonómicas antes de Navidades para aclarar el panorama. Pero todo se ha vuelto más confuso, más extraño, más anárquico y fuera de control. Igual que un delirio kafkiano, descontrolado y desesperado.