Banderas españolas en Madrid. | Efe

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Respirar las calles de Madrid es intuir que el viento de la recentralización puede alcanzar una intensidad imparable al amparo y como consecuencia del conflicto catalán. El pasado fin de semana el centro y los barrios burgueses y de clase media de la capital estaban repletos de banderas españolas en balcones, ventanas y en mástiles en los lujosos áticos. Incluso se podían ver a ciclistas aficionados con una cinta rojigualda en el casco comiendo bocatas de calamares en los aledaños de la Plaza Mayor. En la calle Ferraz, justo delante de la sede del PSOE, una gran pancarta colgada por un vecino, exhibía un I-LOVE-155, con un corazón rojo-amarillo-rojo. Tal exhibición de patriotismo se extendía desde el paseo de Rosales hasta el barrio de Salamanca. Y a lo largo de la Castellana hasta el Paseo del Prado. El Madrid empresarial y funcionarial vive con intensidad el unitarismo cada vez más teñido de uniformismo, al igual que sus despachos profesionales y sus zonas emblemáticas.

Las amplias clases medias madrileñas y sus élites dirigentes se han tomado el intento secesionista catalán no como un conflicto político sujeto a negociación y pacto, sino como una ofensa, un ataque a su honor y dignidad. Se lo han tomado como una injuria, casi como una herejía y un pecado imperdonable, como el peor de los insultos. Y desde esta óptica, ni se pacta ni se media. Simplemente se castiga. Incluso una nueva visita al Museo del Prado adquiere una dimensión diferente, más tensa, más honda e inquietante: el cuadro 'Auto de Fe' de Pedro Berruguete, con su solemne ejecución de 'herejes', se vuelve vivo, de carne y hueso, de sangre y fuego.

Madrid se niega a contemporizar con 'los catalanes'. Con la ley en la mano y el derecho positivo de su parte huyen del más mínimo ánimo de comprensión hacia los soberanistas el Principado.

El 'plante' de Puigdemont y sus encendidos independentistas ha hecho prender la llama de la recentralización. Hacia ahí van las élites madrileñas. Y tal convicción va mucho más lejos del ámbito catalán. Podría acabar tocando al resto de autonomías, incluida la balear.

El error de los catalanes ha sido creerse que su irreflexivo paso al frente podría provocar un cambio político en Madrid y generar un impulso hacia el federalismo e incluso el republicanismo tal y como ocurrió en otras épocas. Sería una coyuntura que les beneficiaría y que les permitiría tener baza en la gobernabilidad de España. Pero han pinchado en hueso. Ha pasado exactamente todo lo contrario. Tanto que incluso el propio PP se ha asustado. Rajoy convirtió el anticatalanismo en ideología interesada hace una década cuando embistió la reforma del Estatut pactada por Zapatero y Mas y logró frenarla. Pero jamás previó la inmensidad de la hora de la recentralización que ahora vive Madrid y que se está expandiendo principalmente por las dos Castillas y que está beneficiando sobre todo a Ciudadanos.

En Madrid se respira la sensación de que el partido de Albert Rivera es la única marca política actualmente al alza en la Meseta, mientras que lentamente bajan PP, PSOE y Podemos. Ciudadanos lidera el sentimiento de que todo el poder 'de verdad' debe regresar a la capital, sobre todo las competencias educativas, y teniendo mucho más cuchara en sanidad y asuntos sociales. El Manzanares suspira por recuperar 'todo' el control de lo que queda del estado del bienestar en España y moldearlo y manejarlo a su medida, igual que hacía Velázquez con sus Meninas. En Madrid todo está adquiriendo una nueva perspectiva de mando y ordeno.

El Prado, gran maestro de la vida de la vida colectiva a lo largo de centurias, lo refleja con solemnidad de implacable tribunal histórico. La brutalidad de las consecuencias del pecado, plasmado en los cuadros de El Bosco, adquiere otro sentido porque ha vuelto a eclosionar un tumulto de 'pecadores'. Y la mirada fría e implacable de Felipe II, común a diferentes autores, se transforma en gélida, penetrante y agresiva.

Un Madrid repleto de banderas rojigualdas no anuncia nada bueno para la periferia, como si toda entera tuviera que pagar la revuelta de los catalanes.