Antonio Picazo, con su libro.

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Si hay un investigador y humanista hiperactivo, en Mallorca, a la hora de publicar, de aportar a nuestro acervo cultural    y de rebuscar documentos, ese es el profesor de Historia Moderna de la UIB Antonio Picazo i Muntaner (Artà, 1961), una cantidad ingente de estudios le avalan y cerca de 15 libros: desde una guía de Estambul hasta la economía de La India o las peripecias de los mallorquines en Texas y en California en tiempos de las misiones. Uno de los puntos fuertes de este profesor es la historia del mundo judío mallorquín, en esa línea acaba de publicar Heretges i pecadors (Illa Edicions). El libro se presentará el 15 de noviembre a las 19.00 horas, en la librería La Lluna. En el acto intervendrá el Dr. Jordi Maíz.

¿Por qué un libro sobre la Inquisición?

—Porque aunque se ha hablado de ella largo y tendido continúa siendo un gran desconocida. Desgraciadamente la leyenda negra aún persiste con fuerza.

¿Qué tipología de delitos persiguió el Santo Tribunal?

—La Inquisición fue hija de su tiempo, y se centró en perseguir aquellos delitos que amenazaban a la sociedad. Fue evolucionando, desde judaizantes y renegados, pasando por blasfemias y contra la moral y buenas costumbres a solicitantes y libros prohibidos.

Según algunos quemaban todo el día…

—Ni quemaban todo el día, ni rezaban a todas horas. Esa es la percepción que se tiene de ella. Cierto que quemó, pero también es cierto que era un tribunal absolutamente reglamentado y, en cierto modo, mucho más ‘suave' que el de la autoridad civil.

¿Cómo veían en su tiempo a este tribunal?

—Depende del momento y de la coyuntura. A los pocos años de su creación circulaba un documento anónimo en el que se le criticó con frases como ‘recia cosa es que si no queman no comen'. Pero también es cierto que ante determinados peligros, como el de una posesión demoniaca, el pueblo demandaba a voz en grito que se actuase contra el demonio y todos sus secuaces.

¿Muchas personas desconocen que hubo otras ‘inquisiciones'?

—Sí, todo el mundo sabe y conoce que existió una Inquisición española, pero también    hubo inquisiciones en Portugal o en Roma. Incluso hay que decir que algunas religiones reformistas también tuvieron tribunales de fe mucho más duros que los hispanos. Así le fue a Miguel Servet en la Ginebra de Calvino.

Usted titula al libro ‘Herejes y pecadores', ¿que es un hereje?

—Una herejía es la defensa de los denominados ‘errores en materia de fe'. Básicamente, y para resumirlo, contradecir o negar alguno de los dogmas más sagrados del cristianismo. En cierta forma es un delito que se mantiene con cierta terquedad y obstinación.

¿Qué tipos de sentencias eran más comunes?

—Habitualmente se piensa que quemar a las personas vivas era lo más común que hacía la Inquisición, y que ello prácticamente lo realizaba diariamente. Lo cierto es que es falso. Había todo tipo de sentencias, desde acudir a misa con una candela verde encendida, pasando por las multas y azotes, hasta las más severas, como la muerte por garrote vil o a ser quemados.

¿Hasta qué punto era común la tortura?

—No era muy común, aunque sí que cabe afirmar que existía como un método más de prueba en el marco de los procesos de fe, aunque totalmente reglamentada. Un fiscal no podía torturar a diestro y siniestro.

¿Cuándo fue abolida la Inquisición?

—En un primer momento fue abolida en 1813 por las Cortes de Cádiz, aunque fue restablecida con el regreso de Fernando VII al absolutismo. A partir de aquí hubo idas y venidas, según el gobierno de turno. Los liberales la abolían y los absolutistas la reintroducían. Fue abolida definitivamente en 1834.

Su libro tiene un tinte muy ameno y divulgativo, pero a la vez los materiales usados son documentos de no fácil interpretación…

—Correcto, la divulgación es necesaria, como también lo es la investigación. Cabe ‘desfacer agravios y enderezar entuertos', como diría aquel viejo trotamundos. Cabe colocar a la Inquisición en su justo lugar. Ni leyenda negra, ni leyenda rosa.

Se considera usted un hereje o un pecador…

—En realidad la obligación del historiador es buscar y tratar de mostrar y documentar la verdad. En esa búsqueda a veces puede convertirse en un hereje, pero sin pecar.