Usted ha acuñado el término ‘defaunación'. ¿Qué es?
—En esta época llamada Antropoceno por los impactos humanos sobre el planeta existen diversas manifestaciones. La más notable es el cambio climático, pero no es el único cambio global. Asistimos a cambios en los usos de la tierra, deforestación, introducción de especies exóticas –a la que las islas como Baleares son especialmente sensibles–, contaminación o pérdida de biodiversidad. Esta última supone el cambio global más profundo, pues es irreversible. A partir de aquí, del mismo modo que hablamos de deforestación, podemos hablar de defaunación.
¿Qué intensidad tiene?
—Se calcula que, desde el año 1500, han desaparecido 350 especies de fauna vertebrada. Puede no parecer mucho, pero resulta que el 65 % de esas especies ha desaparecido desde 1970. La aceleración es tremenda.
Se habla de la sexta extinción masiva...
—No solo se trata de la desaparición de especies. Por ejemplo, la distribución de los elefantes en África era muy amplia, pero ahora es de pequeñas poblaciones muy dispersas. No es una especie extinta, pero ya no hay múltiples poblaciones. De 180 especies de mamíferos, el 50 % ha disminuido su población en más de un 80 %, y solo desde 1977. La sexta extinción masiva empieza por la desaparición de estas poblaciones.
¿Qué incide en estos procesos de ‘defaunación'?
—La deforestación y la reducción de hábitats, las cacerías, las especies invasoras, la aparición de patógenos y el tráfico ilegal de especies. Los tráficos ilegales más lucrativos son los de drogas, personas y fauna. La cacería tradicional, que algunos pueblos practican por supervivencia, tiene un impacto muy bajo respecto a la caza ilegal para el tráfico. Se considera que una especie puede sobrevivir con 50 individuos reproductivos, pero, claro, depende de la especie; 50 ejemplares de jaguar necesitan un espacio muy grande, sin cambios en los usos de la tierra, deforestaciones o fragmentaciones de hábitats.
Se han establecido relaciones entre la pérdida de biodiversidad y la aparición de enfermedades.
—África es un foco rojo de defaunación y también de enfermedades emergentes y reemergentes. Hemos estudiado el caso de Kenia con un experimento que consistía en la instalación de cercas electrificadas en extensiones de cuatro hectáreas. Animales medianos y grandes desaparecían de esos espacios, pero en su lugar se producía una gran abundancia de roedores y pequeñas especies. Esos roedores y pequeñas especies son unos grandes portadores de enfermedades zoonóticas, es decir, que pueden transmitirse entre animales y seres humanos. Sin animales medianos y pequeños, los roedores pueden llegar a multiplicarse por 2,5 o por 3.
Supongo que no es solo una cuestión de número...
—No. Analizamos en Estados Unidos muestras de sangre, pelo y parásitos de esos roedores, y eran portadores de numerosas enfermedades, incluida la peste bubónica. Ello nos da una idea de la importancia de la conservación de la biodiversidad.
No se trata tan solo de una cuestión de concienciación ecológica, sino de salud pública.
—La fauna es bella, pero no debemos conservarla solo por ello. Dependemos mucho de la conservación de la biodiversidad para evitar la siguiente pandemia.
¿Se puede decir que la COVID tiene ese origen?
—Todavía no se puede confirmar con rotundidad, pero lo más probable es que tenga un origen zoonótico.
¿Falta mucho por concienciar?
—Hay que concienciar a la población de que estamos jugando con fuego. El destino de las especies es extinguirse, pero no puede ser que lo hagan a la velocidad actual. Hay que tomar con-ciencia, si me permite el juego de palabras. No podemos seguir haciendo lo de siempre.
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