Pilar López, en el acceso al edificio en el que trabaja, en el Paseo Mallorca. | F.F.

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Durante décadas han formado parte del panorama urbano, especialmente en el centro de Palma. Las zonas de Paseo Mallorca, Jaume III, por un lado, y la de Sant Miquel o Plaça Espanya son actualmente los focos de ‘resistencia’ de un colectivo que reivindica su importancia, aunque cada vez es más reducido. Jubilaciones, motivos económicos y la aparición de elementos tecnológicos que desempeñan sus funciones, además de la competencia que ejercen grandes empresas de servicios han hecho de la profesión de portero de finca urbana un oficio en vías de extinción. Una situación que se extiende a los conserjes, con unas atribuciones similares a aquellos.

«Cada vez quedan menos por aquí», refiere Antonio Maqueda, granadino de 66 años que en unos meses se jubilará, tras 33 años al cuidado de una comunidad de vecinos de Jaume III. «Creo que soy el más veterano de la zona», bromea, para cambiar el gesto y admitir que «cada vez somos menos y es una lástima, una pena grande», lamenta un profesional que llegó con 8 años a Mallorca para trabajar en la hostelería, «de botones, ayudante de conserje, cocinero…. Y después en la obra, hasta que surgió esta oportunidad. Y la verdad, es que es y ha sido un placer», afirma «agradecido» a los vecinos «por su trato, respeto y la relación que es especial tras tantos años», admite.

Antonio Maqueda, en el acceso a la comunidad de vecinos de Jaume III en la que vive y trabaja. Foto: F.F.

Explica que su cometido pasa «principalmente por la limpieza de la escalera y las zonas comunes, de la caldera, recoger la basura, hacer labores de vigilancia, incluso pintar si hace falta», relata, a la par que deja muy claro que «estamos aquí para lo que se nos precise y necesiten. Si un propietario tiene algún problema o precisa de ayuda, estoy disponible permanentemente», algo a lo que el vivir en ese mismo espacio le ayuda. Esa modernización de muchos procesos «nos ha quitado parte del trabajo», pero dice claramente que «son avances tecnológicos y eso ha afectado a muchas profesiones».

En el trato con los residentes en su edificio, sólo tiene palabras de agradecimiento. «Conmigo se portan siempre correctamente. Son muchos años», refiere, a la vez que confiesa sentir «una emoción extraña al ver cómo los que hace años eran niños ahora son mayores, e incluso vienen por aquí con sus hijos…». Ante sus últimos meses en la profesión, espera que «no se pierda del todo, sería una pena».

Al otro lado de Sa Riera, Pilar López controla cerca de sesenta viviendas en un amplio bloque del Paseo Mallorca. Cogió el testigo de su madre, que estuvo 22 años en ese mismo edificio, y «a la que venía a ayudar» y ya acumula dos décadas como portera «muy eficiente y responsable», apostilla una vecina que accede al portal mientras atiende a Última Hora. «Soy portera física, vivo aquí y me encanta mi trabajo», afirma, recordando que «hay niños a los que he visto nacer, crecer y ahora son padres…» y la importancia «de tener la confianza de los propietarios. Me la han demostrado y yo he hecho todo lo posible para que la tuvieran en mí», prosigue.

Pilar López posa para este diario en la entrada de su comunidad. Foto: F.F.

Lamenta que, en Baleares, no exista un colectivo organizado sobre este oficio, que «supone una dedicación muchas veces de 24 horas, para urgencias o lo que pueda pasar». Entre sus cometidos está «repartir los periódicos, el correo, barrer, limpiar, labores de vigilancia, mantenimiento… ¡Mucho más de lo que se pueda imaginar, siempre hay trabajo!», espeta con buen humor Pilar, a quien le restan tres años para su jubilación. «Me costará mucho salir de aquí cuando llegue ese día. Son muchos años, la confianza, el cariño… Es mi día a día, mi vida», refiere, sin dejar de lado el momento complicado del gremio. «Es una profesión que se agota. Somos pocos y no sé qué harán cuando me retire yo, pero en esta comunidad hay trabajo siempre, y creo que será necesaria esta figura», asegura.

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Con algunos de sus compañeros de profesión asegura conocerse «de vista» y no esconde Pilar López que le gustaría «poder tener algo más de relación, pero cada uno tiene su trabajo, sus horarios, y no es fácil, porque no puedes dejar tu puesto así como así», añade esta polivalente portera que se define como «especialista en lo que te puedas imaginar y más: fontanería, electricidad…». Y se define claramente como «portera física, que no conserje, que es diferente».

Recuerda especialmente los momentos «duros» durante la pandemia y el confinamiento. «Muchos hijos venían a ver a sus padres, pero yo estaba aquí para lo que hiciera falta», especialmente en el caso de «personas mayores que necesitaban compra, alguna cosa de la farmacia….». De estas décadas, Pilar se llevará «la amistad y el cariño y aprecio de los propietarios, que siempre han sido amables conmigo».

Cruzando de nuevo el Paseo Mallorca encontramos a Juanjo López. Con una amplia y permanente sonrisa, recibe a vecinos y demás personas que rebasan el umbral de un edificio que compagina residencias particulares y oficinas. Decidió dejar el taxi para ocupar un puesto vacante por jubilación. «Tengo la sensación de que están a gusto con mi trabajo y yo intento cumplir con mis obligaciones y darles la confianza que requiere el puesto», explica a la par que atiende a dos vecinas que regresan a casa. Como el resto, sus funciones se concentran en la atención a mensajeros, carteros, mantenimiento, limpieza… «Vivo cerca y eso me permite estar disponible de inmediato si ando fuera. Sólo salgo a mediodía para comer y el resto del día ando por aquí», dice.

Juanjo López, durante el encuentro con Última Hora. Foto: F.F.

Es de los últimos en llegar al oficio, y ahí agradece mucho «la ayuda de un compañero de Jaume III, Juan Miguel, un encanto de persona que le guió un poco en su momento». Al igual que el resto de sus compañeros, Juanjo López es consciente de que «la domótica y las tecnologías» han entrado para cambiar muchas cosas y aportar a la comodidad de vecinos y porteros, pero defiende la figura y el papel de su profesión. «En comunidades de vecinos como la nuestra, siempre tienes algo que hacer, alguien a quien ayudar, y a los vecinos les da sensación de seguridad y confianza el tenernos aquí», a la par que no se le escapa la evidencia de que «somos pocos, cada vez menos. Yo llevo poco tiempo, pero me siento muy identificado e implicado, y viendo a los compañeros de por aquí, me da pena que se pueda perder, pues siento que es un trabajo que valoran los vecinos», asegura.

A pocos metros, Juan Miguel Jiménez asoma desde el interior de su puesto en la portería de su edificio en Jaume III. Lleva trece años trabajando para su comunidad de vecinos y reside allí mismo, otro punto de encuentro entre oficinas y vecinos durante los días laborables. «Me encargo de la limpieza, del correo y la propaganda que nos dejan por aquí, recoger y bajar la basura, mantenimiento, pintura… lo que se tercie y siempre pendiente de vecinos que son mayores y muchas veces necesitan atención», explica con soltura Juan Miguel, quien recalca que es «una profesión de estar 24 horas pendiente», destacando el hecho de que «al vivir aquí, pues todavía te implicas un poco más de lo que lleva consigo la profesión. Al final, eres uno más de la familia e intentas ayudar donde te digan».

Juan Miguel Jiménez, en el acceso a la finca en la que trabaja, en Jaume III. Foto: F.F.

Conoce bien el terreno y pasa lista de los pocos compañeros que van quedando en la zona. Y defiende que la del portero «es una figura necesaria, por seguridad y confort para los vecinos», sintiendo «tristeza» ante el «complicado futuro» de la profesión, contrastando con la confianza y «el cariño de los vecinos, que me han hecho estar a gusto aquí y eso hace más especial la relación», que se estrechó más durante la pandemia, cuando una de sus misiones era «hacer recados a las personas mayores, pues eran momentos delicados y había que estar para lo que hiciera falta».

Las de Pilar, Juanjo, Juan Miguel y Antonio son cuatro de las historias en primera persona de profesionales que resisten en tiempos complicados, en momentos en los que se ven muchas porterías vacías y una jubilación supone un espacio en blanco en numerosas comunidades de vecinos. Un espacio y un oficio que defienden y reivindican para las futuras generaciones, aunque saben que es una misión harto complicada.