En conversación previa con este periódico, Segura explica que «el enfrentamiento entre Israel y Palestina es uno de los conflictos vivos más largos que conocemos, junto con el de Nagorno Karabaj -armenios en Azerbaiyán-, el de comunidades específicas del noreste de Myanmar y, en este mismo país, el de los rohinyás. En el conflicto israelí-palestino, Naciones Unidas queda en muy mal lugar, pues Israel incumple resoluciones, mientras que en otros casos sí obliga a cumplirlas».
Sobre el conflicto actual, el catedrático señala que «la verdad es que el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, lo necesita porque sobre él pesan acusaciones de corrupción y tráfico de influencias por las que deberá enfrentarse a la Justicia. Otra medida a la que ha recurrido ha sido forzar elecciones. Por su parte, Hamás se estaba quedando solo ante la sucesión de países árabes que han reconocido a Israel y han establecido relaciones diplomáticas. Un mes antes de los ataques de Hamás del 7 de octubre, Arabia Saudí, principal financiador de Palestina, estaba a punto de reconocer a Israel. La reacción de Hamás fue dar un brutal golpe sobre la mesa en forma de salvaje ataque a civiles, el mayor que ha sufrido Israel fuera de sus guerras».
Para Segura, «la respuesta de Israel ha sido la de bombardeos de saturación sobre objetivos civiles como colegios, hospitales o centros de acogida, con el fin desmoralizar tanto a la población como a los combatientes. En definitiva, crímenes de guerra».
Una solución al conflicto parece imposible. Según Antoni Segura, «con 700.000 colonos en Cisjordania, de los que 250.000 están en Jerusalén Este, será difícil que éstos quieran vivir en un Estado palestino o dejar sus actuales residencias. Y pensar que las dos comunidades, después de lo que estamos viendo, puedan convivir en un mismo estado también resulta complicado. Israel es una sociedad que progresivamente se ha militarizado, aunque encontramos dos maneras de afrontar el conflicto: por un lado, una Jerusalén ultraortodoxa que lo vive intensamente y, por el otro, una Tel-Aviv, más parecida a una ciudad euopea mediterránea, que es capaz de vivir de espaldas a él».
Por último, Segura se refiere a la guerra entre Rusia y Ucrania, «que obedece a la pulsión imperial de Putin, que se siente amenazado por las antiguas repúblicas soviéticas que le rodean. Actúa como en la Guerra Fría, lo que, a estas alturas del siglo XXI, es inaceptable. Rusia es una potencia en decadencia, tecnológicamente es un desastre y la guerra está siendo un fiasco estratégico. Aunque veamos magnates rusos, el país es deficitario en capitales y tecnología».
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