Madrid13/03/04 0:00
Miles de personas atravesaron ayer uno de los momentos más dolorosos de sus vidas: el reconocer, muerto, a un ser querido. Un proceso que no se ha dejado en manos del azar y en el que se está invirtiendo mucho tiempo. Un lento goteo en el que se logra identificar dos cadáveres por hora.
Han estado llegando sin cesar a la inmensa y árida explanada donde se asienta el IFEMA. Las miradas perdidas, los ojos todavía inflamados por un sueño interrumpido, un revoltijo en los cabellos que denotaba prisa y angustia. Perplejidad inhumana congelada en semblantes de padres y madres, esposas y esposas, hijos o hijas, nietas, amantes, compañeros... novios.
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