Los reyes de España y el presidente del Gobierno, ayer en un acto conmemorativo del 11-M. Foto: EFE

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EFE-MADRID Heridos del 11-M siguen intentando superar el trauma vivido hace hoy dos años después de los atentados de Madrid, que provocaron más de 2.000 afectados, de los cuales 217 precisan todavía asistencia hospitalaria, y 264 atención psicológica. Se ha buscado hablar con algunos de estos heridos, pero varios de ellos han eludido realizar comentarios relativos al 11-M y prefirieron guardar silencio.

El rumano Valentín Fatú, que viajaba en uno de los trenes que estalló en Atocha, ha quedado con un 53 por ciento de minusvalía y expone que ahora no puede dedicarse al sector de la construcción, que era en el que trabajaba. «Para mí -dice- subir a un andamio o arrastrar una carretilla es ya pasado».

Desde su domicilio de la localidad madrileña de Parla, este inmigrante rumano resalta que el trato de las autoridades españolas hacia las víctimas del 11-M ha sido «correcto», pero confiesa que ahora necesita «urgentemente oportunidades para recuperar mi vida», y pide con desesperación un puesto de trabajo. Fatú estuvo ingresado 41 días en el Hospital Clínico San Carlos, para regresar a su casa en silla de ruedas. Poco a poco, y después de mucha rehabilitación, volvió a caminar, pero todavía tiene el tímpano abierto y siguen las citas con los médicos.

Del momento del atentado, recuerda que al explotar la primera bomba trató de ayudar a otros heridos, hasta que una segunda explosión le alcanzó. Esta tremenda experiencia le ha cambiado la vida, admite, pero, sin embargo, no se ha planteado volver a su país y, de hecho, se ha traído a toda la familia desde Rumanía a España.

Como otros muchos inmigrantes, Fatú se acogió a la medida especial decretada por las autoridades de otorgar la nacionalidad española a los extranjeros afectados por los atentados y, desde hace un mes, tiene ya DNI español.
«He nacido por segunda vez en Atocha, y me considero español por papeles y por sangre, ya que me metieron más de cinco bolsas de sangre durante mi estancia en el hospital», rememora.

Javier Galán, reportero de televisión, también viajaba en uno de los trenes donde explotaron las bombas del 11-M; desde ese día no ha vuelto a su puesto de trabajo. Más animado que hace algún tiempo, Galán ha declarado que se encuentra «cada vez mejor» y que su meta es «volver a trabajar en cuanto pueda», aunque no exactamente como reportero, ya que le han diagnosticado una incapacidad total y permanente; buscará dirigir su vida laboral hacia otros campos.

Galán apuesta decididamente por seguir adelante en la vida, pero es consciente de que el atentado «está ahí», y en cualquier momento pueden emerger los miedos. Las secuelas que padece son dolor en el pecho, que puede ser crónico; falta de sensibilidad y pérdida de fuerza en las piernas; y deficiencias auditivas del 40 por ciento.

También arrastra secuelas psíquicas, por lo que se encuentra en tratamiento psicológico -que paga el Ministerio del Interior- con la finalidad de superar fobias y miedos relacionados con aquel día, sobre todo, a las mochilas; no ha vuelto a viajar ni en metro ni en tren.

Javier Galán dijo sentirse «defraudado» por los políticos, todos en general, ya que, en su opinión, «sólo piensan en su poder, en la lucha entre ellos, y no miran a las víctimas».

El reportero dijo que no se ha depurado ninguna responsabilidad, ni política ni de otro tipo, por el hecho de que pasaran los atentados del 11-M, y espera que el juicio que está pendiente aclare «muchas cosas, que descubra quiénes son los culpables, y las personas que han tenido culpa por falta de previsión».