Los consellers del Govern Puigdemont que no se marcharon a Bruselas se reunieron antes de ir a declarar a la Audiencia Nacional y de que se dictara en su contra prisión sin fianza. | Efe

TW
32

Esto no ha hecho más que empezar. Vienen órdagos mucho más grandes que los ingresos en prisión de este jueves. El encarcelamiento de Oriol Junqueras y medio Govern Puigdemont, la marcha de éste a Bruselas, la crispación en las calles de Cataluña y una Unión Europea azorada ante un espectáculo jamás visto (ni imaginado) dentro de la zona euro, fuerza a soluciones drásticas al Gobierno Rajoy o, de lo contrario, la situación se le podría escapar por completo de las manos. De hecho, ya da la sensación de que el Estado ha tomado el mando por encima del Gobierno del PP.

Europa dio su anuencia a la aplicación del artículo uno-cinco-cinco a cambio de aplicar de forma urgente la clásica medicina continental: elecciones autonómicas cuanto antes. Rajoy aceptó el envite porque el viernes de la semana pasada lo fundamental era el apoyo de los máximos organismos de Bruselas para destituir en pleno al Govern catalán, que había propiciado la declaración de independencia. Acató fecha a cambio de que le dejasen pegar el golpe de mano contra los independentistas. Y han venido días vertiginosos.

El viernes pasado el Gobierno de Madrid no previó un hecho de puro sentido común: la huida de Puigdemont y de parte de su 'executiu', perfectamente pactado con los que se quedaron, ya que entre los que se marcharon hay miembros del PDeCat y de ERC. Todo estaba previsto, incluso lanzarse en 'brazos' de la jueza Lamela cuando se produjese la inevitable citación. En la Plaça Sant Jaume lo habían medido al milímetro. Bruselas es todo un símbolo del exilio. Allí estuvieron refugiados en sus tiempos conocidos nombres del pasado, como Carlos Marx o Víctor Hugo, entre muchos otros. También el expresident de la Generalitat Francesc Macià. Ahora es la capital europea.

Noticias relacionadas

La reacción de la Audiencia Nacional ha sido durísima, encarcelando a nueve miembros del Govern catalán y liberando a uno de ellos, Santi Vila, porque dimitió un día antes de la declaración de independencia. Pero lo que va a venir puede ser peor, por mucho que se enfaden los líderes de la Unión Europea. Rajoy ha cogido la pendiente del 'escarmiento' y ya no puede parar. Tiene que ir hasta el final o podría caer de cabeza en un lodazal insoluble. Lo advirtió hace unos días su 'entrañable adversario' Jaime Mayor Oreja: «Las elecciones del 21D pueden convertirse en el plebiscito que jamás hemos querido». Es de pura lógica que el encarcelamiento de tantos líderes catalanes lleva más y más votos a la causa independentista. La política es así: las víctimas crecen y los que las persiguen empequeñecen. La debilidad (aparente) atrae votos. Los partidarios de la república catalana pueden alcanzar la mayoría absoluta en votos. Despreciar esta posibilidad es ceguera política, total y absoluta.

Rajoy sólo tiene dos salidas: o aplazar las elecciones hasta junio buscando cualquier excusa, con lo cual no lograría otra cosa que hinchar el problema y poner muy nerviosa a Europa. O jugárselo todo a una carta: ilegalizar a los partidos independentistas (mejor dicho, 'propiciar' que sean ilegalizados por los tribunales), con lo cual conseguiría lo fundamental: un nuevo Parlament, un nuevo president y un nuevo Govern para Navidades, elegido por las urnas. Las protestas continuarían, insistentemente, pero ante un nuevo poder autonómico que se habría hecho con las riendas catalanas. Y luego, a achicar agua y a ganar tiempo hasta que el temporal se calme.

Si opta por 'propiciar' la ilegalización, habrá lío gordo en Europa. Pero será escaso e incluso inofensivo entre sus élites dirigentes, amantes del prestigio del euro por encima de todo. Y aunque es estas autonómicas sin partidos independentistas haya un alud de votos blancos, la legalidad, los despachos y los presupuestos (el dinero) quedarán en manos de los constitucionalistas, por mucho que sufran una derrota moral si el abstencionismo del sufragio blanco hace rebosar las urnas.

Este es el dilema. Es una mala salida, pero la única que tiene el poder central para que el asunto catalán no se le escape de las manos, cosa que podría pasar si el 21D se acontece un triunfo independentista. Llegados a este punto, Rajoy estaría sentado encima de un avispero con Puigdemont anunciando su regreso en olor de multitudes y con Europa pensando soluciones para salvar la cara. En la frontera de la la legalización o ilegalización de los republicanos el primero que se juega el puesto es Rajoy, así como una parte del régimen de 1978 tal y como lo hemos conocido hasta ahora.