Melchor Palou, junto a su hijo, Llorenç, y sus padres, Antonio y Julia. | M. À. Cañellas

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La popular zapatería Calçats Melchor echa la persiana por jubilación, tras 53 años vendiendo calzado en la Plaça de la Porta Pintada. Después de meditarlo mucho, la familia Palou traspasa el negocio, que será ahora un estudio de tatuajes y de cara a octubre cerrará definitivamente. Según explica Melchor Palou, tercera generación al frente de la tienda, la próxima semana comenzará la liquidación para deshacerse del género.

«Al principio no hubo mucho interés, luego vino una inmobiliaria y como lo estábamos pensando, pues dijimos ‘a ver que pasa'. Pusieron un anuncio y la cosa se aceleró mucho. En estas zonas, ya hay palos por los locales», explica. «Nos da pena irnos, no es plato de buen gusto, pero el margen del zapato bueno, hecho en España, de calidad, es ridículo y los gastos e impuestos nos comen. Nos vamos antes de que la cosa decaiga, hemos aguantado mucho gracias a la clientela», lamenta.

Aunque la tienda lleva abierta desde 1971, su historia se remonta a mucho más atrás. En los años 30, un joven Melchor Palou (abuelo) se traslado de Alaró a Palma y montó una fábrica de zapatos con sus hermanos en el Passatge Can Curt. En 1947 abrió Calzados Palou en la calle Sindicat y durante los años siguientes puso en marcha un segundo local en la misma vía; uno en Jaime II y otro en Josep Tous i Ferrer.

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A finales de los años 60 se hablaba de un gran proyecto que ponía en peligro las tiendas de la calle Sindicat, por lo que por miedo a perderlas se animó a comprar un quinto establecimiento, el de la Porta Pintada. «Lo compró en el año 69-70, pero como entonces esta zona era el extrarradio, lo usaba un poco como almacén de las demás tiendas», dice su nieto, quien aclara que, aunque la parte de la atención al cliente es reducida, el local abarca casi 100 metros cuadrados. Después el abuelo Melchor falleció y los demás familiares fueron alquilando sus respectivas tiendas: «Somos los últimos supervivientes», ironiza.

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Antonio Palou, padre de Melchor, se jubiló hace un tiempo, y ahora es el turno de su madre, Julia Sánchez-Escribano. Melchor es informático, pero desde los 12 años ha estado en la tienda. Reconoce que su problema no es de ventas, sino de los márgenes que tienen porque ofertan un calzado caro y se trata de un pequeño comercio. Queridos por todo el vecindario y con gran pesar, faltan unos tres meses para que esta zapatería diga adiós y ceda el testigo a Kratos Tattoo, que planea ampliar el negocio y abrir un estudio con cuatro o cinco cabinas.