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ANTONI POL Todo indica que la restauración de las casas de Son Bordils, uno de los conjuntos arquitectónicos más destacados de Inca y que forma parte del catálogo municipal, pasa por su venta. Así lo consideran el responsable de urbanismo del Ajuntament d'Inca, Bartomeu Seguí, y la propietaria del inmueble, la Fundació Alzina.

El vicepresidente y portavoz de la Fundació, Pedro Ballester, dejó claro que la Fundació «no tiene dinero suficiente para afrontar la restauración de las casas». «Nosotros somos partidarios de vender, pero para ello necesitamos la autorización del Parlament de les Illes Balears», recordó. Además, «podríamos destinar el capital obtenido a beneficencia, que es el objetivo de la fundación», dijo.

El regidor de Urbanismo de Inca, Bartomeu Seguí, también señaló la venta de la finca como la única solución viable que garantice su conservación. Seguí recordó que «el Consistorio ya remitió una orden de ejecución a la propiedad para que restaure las casas, pero no pueden hacerlo». A partir de aquí, «el Parlament debería autorizar su venta», dijo. En cualquier caso, Seguí descartó que el Consistorio las comprara o embargara en caso de que la fundación no cumpliera la orden, ya que «es inviable». De la misma manera que podría comprar las casas el Ajuntament «también podría comprarlas el Govern», dijo Seguí.

Cabe recordar que recientemente se hizo público un informe del Consell de Mallorca en el que se indicaba que el Ajuntament d'Inca es el órgano competente para restaurar las casas.

El porqué del abandono de las casas de Son Bordils es largo y complejo. En 1980 la antigua propietaria de la finca, Antònia Alzina, falleció con la voluntad de que una parte de su patrimonio se destinara a crear una residencia de ancianos en Son Bordils. Con la finalidad de administrar esta parte de la herencia se creó la Fundació Alzina. A mediados de los años noventa, una parte de la finca (en la que no se incluían las casas) se vendió a Agro-Coll, que creó las actuales Bodegues Son Bordils. La fundación destinó el dinero obtenido de la compraventa a la ampliación de la residencia municipal Miquel Mir.

Según Pedro Ballester, «la primera vez que visité las casas, hacia 1980, ya no me atreví a entrar por su estado ruinoso». Desde entonces, la degradación no ha hecho más que agravarse. Una parte considerable del tejado y algunas paredes se han venido abajo y por las persianas crecen las malas hierbas.