Sebastià Mascaró, en la sala expositiva permanente del Museu.

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Sebastià Mascaró (Felanitx, 1975) es desde febrero el director del Museu del Calçat i de la Indústria d’Inca. Un cargo provisional que le ha servido para descubrir la peculiar indiosincracia de este espacio que cuenta con varios reconocimientos nacionales e internacionales.

¿Cómo fue su aterrizaje en el Museu del Calçat?
—Profesionalmente provengo de propuestas museísticas más relacionadas con las artes visuales, como Es Baluard o el Solleric, y el hecho de entrar en un museo industrial, con un lenguaje propio, fue un poco chocante al principio. También he trabajado en el ámbito de la educación y la mediación cultural por lo que enseguida me adapté a una forma colaborativa y comunitaria de emprender proyectos. En este sentido, tengo que decir que me he sentido muy cómodo con el equipo profesional y político que forma parte del Museu del Calçat i de la Indústria.

¿Por qué cree que se destaca tanto el aspecto comunitario del Museu?
—Porque en su concepto inicial,    el calzado y la industria local, ya apela a la memoria y a la entidad de Inca. Por esta razón es normal que prácticamente todas las propuestas que se desarrollan y que tienen que ver con el calzado y la piel posean una gran componente humano, formado por todas aquellas personas que vivieron, y viven, el devenir de esta industria.

La iniciativa Leather Factory Shop podría ser un buen ejemplo...
—Por supuesto. Ha conformado un relato de la gente emprendedora de Inca así como de las mujeres y los hombres que trabajaban en fábricas o desde su casa. La función del museo en este caso ha sido la de recoger la memoria y darle significación, porque afortunadamente aún tenemos testimonios orales de la época de esplendor y también del declive económico y social que sufrió el sector.

¿Qué es lo que más le ha sorprendido de esta iniciativa?
—Precisamente que aún permanece presente esa herida que supuso la crisis del calzado y la piel en los ochenta. La pasión con la que, tanto empresarios como empleados, hablan de esa época de auge a pesar de las horas incontables de trabajo y los esfuerzos continuos, contrasta con la crisis posterior. En este sentido, creo que el Museu, a través de la iniciativa Leather Factory Shop y de otras propuestas similares, ha tenido efectos curativos para cerrar esa herida. Los protagonistas han podido hablar de ello y han descargado sentimientos que se habían silenciado durante años. Puede parecer exagerado, pero se podría comparar en parte con la memoria histórica y su acción reparadora.

Otro descubrimiento para los neófitos del sector han sido las rodes...
—Efectivamente. Las rodes era un sistema que se llevaba a cabo en pueblos cercanos a Inca. Consistía en que un representante dejaba el material a las mujeres y estas, desde sus casas, se dedicaban a coserlos a máquina. El representante regresaba al cabo de unos días y se llevaba los artículos. Este año desde el Museu hemos querido dar valor a esta economía sumergida que fue un sustento para muchas familias y se han realizado actos en Lloseta, Llubí, sa Pobla, Binissalem y Selva, donde las protagonistas han explicado sus vivencias. Particularmente, me ha sorprendido encontrarme con pueblos muy reivindicativos con los derechos laborales como Lloseta y otros en los que lo de las rodes se veía como algo más idílico.

¿Cree que el Museu ha conectado con la ciudad de Inca?
—Sin duda. En primer lugar quiero destacar el gran trabajo previo de Aina Ferrero, la anterior directora a la que estoy sustituyendo temporalmente, y del equipo formado por los técnicos Biel Company y Yadira Fernández, además del regidor de Museu, Andreu Caballero, y del resto de trabajadoras. He entrado en una gran familia y hablamos el mismo lenguaje. Desde el Museu se tiene muy claro que existe la responsabilidad de trabajar con la comunidad y la relación entre los inquers e inqueres con el museo es muy cercana. También se ha reforzado la relación con entidades locales, como por ejemplo los guías de Esment, y con otros organismos que eligen el Museu para celebrar actos. Su ubicación, entre Crist Rei y el polígono, con la nueva escuela y rodeado de fábricas históricas, ha ayudado también.

¿Reciben muchas visitas de grupos de la Península?
—Sí, casi siempre por dos motivos. El primero por curiosidad hacia el mundo del calzado y la piel, además de descubrir que en Inca se ubican marcas con prestigio internacional. Otros también quieren visitar el museo porque hicieron el servicio militar en el cuartel General Luque, que es donde se encuentra.