La ejecución, prevista para un minuto después de medianoche
comenzó veinte minutos más tarde de lo previsto debido a que los
técnicos tuvieron dificultades en colocar la segunda de las dos
agujas que se emplean para la «inyección letal», hecho que pareció
molestar a Williams, según los testigos.
La inyección comenzó finalmente a las 08.22 gmt y el reo fue
declarado muerto trece minutos más tarde.
Tres de los cinco testigos designado por el propio Williams le
saludaron con los puños en alto mientras agonizaba, y al salir del
recinto, tras la defunción, gritaron: «¡El estado de California
acaba de matar a un hombre inocente!», según los periodistas
presentes.
El reo de 51 años y raza negra rechazó la tristemente célebre
última cena y la compañía de un consejero espiritual y, aunque
inicialmente dijo que no quería que ningún allegado estuviese
presente en su ejecución, finalmente nombró a los cinco testigos
que le correspondían: la editora de sus libros, Barbara Becnel, y
cuatro miembros de su equipo legal.
A media tarde, Williams recibió ropa limpia y fue llevado a una
habitación donde estuvo supervisado en todo momento por guardias de
la prisión.
Los funcionarios señalaron que Williams pasó el resto del tiempo
viendo la televisión y leyendo algunas de las 50 cartas que recibió
el lunes con matasellos de lugares tan lejanos como Italia o
Israel.
La combinación mortal de productos químicos inyectada por las
autoridades de la prisión de San Quintín, en la bahía de San
Francisco, detuvo el corazón de Williams pero no frenó a la
multitud de seguidores (unos 2.500, según la CNN) que se agruparon
a las puertas de la prisión contra la «muerte patrocinada por el
estado». Entre ellos se encontraba el reverendo Jackson y la
cantante Joan Baez, que entonó varias canciones en un escenario
improvisado.
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