Los expertos en salud mental alertan de una oleada de trastornos derivados del confinamiento, la crisis sanitaria y la incertidumbre ante una más que probable recesión económica. | R.D.

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María comenzó a teletrabajar días antes de anunciarse el Estado de alarma y se confinó sola, en su piso de 50 metros. Tenía pánico a enfermar. Su única relación con el exterior durante dos meses fueron las llamadas de trabajo, las videollamadas con familiares y amigos y las visitas quincenales del repartidor de su supermercado. Empezaba a dejar de sentir miedo a un posible contagio cuando una llamada de la residencia de su abuelo dio al traste con todo: falleció dos días después en Son Espases por consecuencias derivadas de la COVID 19. Los días siguientes, acompañada por su tía y su prima, con distancia social de por medio, esperando la cremación, así como el duelo en solitario, los recuerda con una bruma de por medio.

Llegó la desescalada y ella se quedó en casa; llegó la ‘nueva normalidad’ y observaba con cara de estupefacción cómo todo el mundo volvía a sus hábito de costumbre, incluso sus padres y amigos más cercanos, mientras que ella no era capaz de dejar de sentir miedo todo el tiempo. Ahora que ha dejado de sentir angustia, intenta sobreponerse a la segunda oleada de la pandemia con meditación y atención psicológica telefónica. La sonrisa intenta no perderla.

Margalida está preocupada por su madre, que asegura que «va como pollo sin cabeza» desde que finalizó el confinamiento. Ella se arrepiente de haberla dejado sola en su casa durante esos meses, pero con tres habitaciones en su piso, cinco de familia y su hija mayor trabajando como enfermera, no encontró solución mejor. Viven a dos calles, pero esta es la segunda vez que ha tenido que salir corriendo para ayudarla: un día se presentó en casa para comer, como todos los sábados, pero daba la casualidad de que era jueves; esta semana los vecinos la alertaron de que llevaba dos horas dando vueltas alrededor de casa con el perro. Había perdido las llaves, o se las robaron, no lo tiene claro, y no sabía qué hacer.

A Cristina, por ejemplo, le preocupa su hija de nueve años, que ya ha tenido que ir a Urgencias por dos ataques de pánico: el primero en la fase de la desescalada, el segundo dos días antes de volver a clase. No sabe si ha hecho algo mal, si la han sobreprotegido demasiado estos meses... Marta Huertas, vocal de Psicología educativa del COPIB (Col·legi Oficial de Psicologia de les Illes Balears), señala que la sintomatología ansiosa por miedo o la sensación de inseguridad a la hora de retomar las actividades cotidianas o a volver a relacionarse con otras personas es una consecuencia del confinamiento. Pero también la apatía, la irritabilidad, así como la alteración del sueño y la alimentación a consecuencia del cambio de horarios y rutinas durante la pandemia.

La cuarta ola

No hay duda de que la COVID-19 ha trastornado la manera en la que vivimos. Tras el confinamiento, la forma en la que nos relacionamos ha cambiado también de manera drástica. Y no solo afecta a las personas a las que la dichosa enfermedad ha impactado de forma directa, todos hemos perdido algo en estos meses: familiares, libertad de movimiento, trabajo, dinero en el banco, relaciones sociales... lo que se traducirá, según los expertos, en una prevalencia mayor de los problemas relacionados con la salud mental.

Seis meses después del inicio del confinamiento, nadie duda de la huella psicológica y social que la pandemia dejará en la mayoría de la población. Si ya hemos vivido una primera oleada del coronavirus, ahora estamos inmersos en una segunda y los epidemiólogos no niegan una tercera para final de año, los psicólogos alertan de los problemas de salud mental derivados de estas crisis sanitaria. La ansiedad, el estrés, la depresión y el aumento de conductas adictivas y tendencias suicidas calarán en los colectivos más vulnerables. Se trata de la cuarta ola que todavía está por llegar.

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Llamadas de ayuda

Ya en mayo, la tan denostada Organización Mundial de la Salud (OMS) incidía en el incremento de los problemas de salud mental derivados de la pandemia y llamaba a los países a que «aumentaran sustancialmente» sus inversiones en esos servicios sanitarios.

Para muestra, un botón de cómo está la situación actual en las Islas. Las llamadas al Teléfono de la Esperanza en Baleares prácticamente se han duplicado en la primera mitad de 2020, periodo en el que un total de 1.058 personas solicitaron ayuda a la entidad, 24 de ellos por ideas suicidas. La Conselleria de Salut, por su parte, ha reactivado el servicio de atención telefónica para ayudar al personal sanitario, que echó el cierre en julio; y el Colegio de Psicólogos ha hecho lo propio con su teléfono de atención psicológica a la ciudadanía, tras clausurarlo también este verano. La demanda de ayuda aprieta.

La situación de estrés ha hecho saltar por los aires muchas relaciones sentimentales y desde la coordinadora de Salud mental alertan que emergen muchos trastornos obsesivos-compulsivos derivados de un temor exacerbado al contagio y el aumento de los cuadros de ansiedad en los pacientes.

¿Y qué pasa con las adicciones? Es pronto todavía para hablar de cifras, ya que durante la pasada crisis económica de 2010 empezó a notarse el aumento de adictos más tarde, cuando la recesión ya se había cobrado muchos puestos de trabajo y las cifras del paro no dejaban de engordar. Antonia Miralles, psicóloga y presidenta de Juguesca, asociación dedicada a ayudar a ludópatas y familiares en las Islas, recuerda que «el juego es una adicción silenciosa y si alguien ha empezado a jugar durante el confinamiento, todavía está en la fase de creer que controla la situación y no el juego a él».

¿Qué sucede con los niños?

Mucha gente se pregunta qué va a ser de los niños pequeños que están creciendo con la pandemia. La psicológa Marta Huertas quita hierro al asunto y apuntilla que va a depender de las condiciones del confinamiento que hayan experimentado, tanto del entorno situacional como del apoyo familiar, y de cómo se les ha comunicado y preparado para participar de esta situación.

¿Podemos hablar de una generación COVID? «Si a estos niños les marca la pandemia será en positivo: fuertes, responsables, solidarios, muy aptos para el trabajo en equipo, incluso a pesar de esa distancia social y, sobre todo, resilientes. La generación del cambio», finaliza Huertas.